Están todos bien

Crítica de Cristina Aizpeolea - La Voz del Interior

Papá por siempre

La prolijidad sin espectadores, la manía convertida en una rutina amigable, el orden eterno de una casa grande donde ya no viven los hijos. Allí se mueve sin resentimientos Frank Wood, el viudo que compone Robert De Niro para esta versión de Todos están bien y que termina siendo el mejor argumento para pagar la entrada. Sin las muecas de los personajes de las últimas películas, este jubilado De Niro se parece a los nuestros con el recuerdo urgente de su vida laboral, con los pantalones hasta el ombligo, la pastilla diaria, los lentes en la punta de la nariz y la foto orgullosa de sus cuatro hijos en la billetera.

El argumento es el mismo de aquella italiana que hizo en 1990 Giuseppe Tornatore, después del éxito de Cinema Paradiso, con un abatido Marcello Mastroianni en el rol central. Este viudo norteamericano también sale por el país a visitar a sus hijos, y va digiriendo como puede el desencanto de no saberlos tan felices. Los cables de teléfono que enmarcan las carreteras, la mirada siempre paternal aunque pasen 30 años, le dan al relato buenos recursos.
La película es, ante todo, una mirada sobre la familia en el otoño de los padres, y sobre cómo el tiempo reacomoda, suaviza o tensiona las cuerdas. Aunque bien actuadas, es una pena que las historias filiares se retuerzan en varias vueltas de tuerca. No era necesario.

El final, tiene otra perlita para disfrutar, en este caso, musical. I want to come home, el tema que Paul McCartney compuso especialmente para la cinta. El ex beatle dijo que tras verla, se sintió tan identificado con el personaje de De Niro, que le llevó una sola tarde componer el tema. Lo alumbró sobre un piano sensible. “Ese personaje puedo ser yo, porque tengo hijos mayores que tienen sus propias familias”, confió.