Essential Killing

Crítica de Martín Iparraguirre - La mirada encendida

El hombre y su animalidad

El mejor estreno del fin de semana pasado estuvo nuevamente lejos de las carteleras comerciales cordobesas, ya que el paseo turístico de Woody Allen por Roma no constituyó el mejor homenaje al séptimo arte que pueda esperarse. Curiosamente, lo fue en parte un filme bien de género, estrenado en el Cine Teatro Córdoba, por lo tanto fuera de cartelera al momento de salir esta nota (aunque se volverá a proyectar entre el 19 y 22 de julio en el Cineclub Municipal Hugo del Carril). Essential Killing, celebrado regreso del polaco Jerzy Skolimowsky tras las cámaras, es un verdadero ejercicio de estilo en un universo poco acostumbrado a ello: seco, directo, formalmente impecable, el filme del director polaco retrata un tour de force como pocos, protagonizado por un posible guerrillero talibán que escapa del ejército norteamericano en las heladas estepas polacas.

Galardonado con el premio mayor del Festival de Mar del Plata 2010, además del Premio Especial del Jurado y la Copa Volpi a Mejor Actor (Vincent Gallo) en la Mostra de Venecia del mismo año, Essential Killing ostenta una cualidad un tanto paradójica: consigue esquivar todo posicionamiento político en el planteamiento de su conflicto central, a pesar de que por momentos apele a los estereotipos más gastados en su narración. Puede ser tanto una virtud como un defecto, pues Skolimowsky utiliza la coyuntura política internacional simplemente como disparador, como punto de partida urticante para explorar lo que verdaderamente quiere relatar; la condición humana en su fase más primitiva: el hombre reducido a su animalidad en la carrera desesperada del protagonista para sobrevivir ante condiciones naturales radicalmente extremas. De allí que la verdadera película empiece recién cuando nuestro protagonista sin nombre (es identificado como Mohamed en los títulos) ni palabra (ya que no habla en toda la película), esté en el helado contexto de los bosques polacos, escenario filmado de una manera subyugante, deliberadamente onírico a veces, sutilmente impiadoso otras.

Todo comienza con una persecución. En bellos planos cenitales, asistimos desde la mirada de un helicóptero norteamericano al rastrillaje de tres soldados en un escenario desértico y montañoso, presumiblemente es Afganistán: ellos se toparán con el protagonista, que terminará matándolos. Pronto será apresado por la bestia mecánica, que con una bomba lo dejará sordo, y será trasladado a un campo de concentración donde será torturado. Si bien Skolimowsky filma la violencia con cierto pudor y contención (a veces queda parcialmente fuera de cuadro, otras lo hace en plano general), tampoco esquiva el subrayado grueso en la caracterización de los personajes: los marines son frívolos y brutales, el talibán mata fríamente a un soldado que por teléfono se está enterando que será padre de mellizos. Como sea, cuando sea trasladado a otro centro clandestino de detención, tendrá la oportunidad de escaparse por un accidente automovilístico: allí comenzará su verdadera odisea porque en su huída sufrirá accidentes, será herido, pasará hambre y caerá a un río helado (comerá algún fruto venenoso que lo hará alucinar y atacará a una madre para tomar leche de su pecho). Experimentará, como se dijo, un devenir animal en un contexto feroz, hasta que aparezca una mujer salvadora, especie de ángel mariano que le brindará refugio, atención y una última esperanza, un caballo para poder escapar con su cuerpo ya muy deteriorado.

Casi unánimamente se ha afirmado que Skolimowsky realiza una depuración de las herramientas cinematográficas hasta dejar solamente lo esencial: puede ser cierto, aunque por momentos ocurre lo contrario. El notable uso del sonido es un ejemplo, ya que a veces reproduce la subjetividad del personaje (junto a la cámara que adopta su mirada), mientras en otras funge como un elemento climatizador, ya sea con cacofonías sonoras o incluso temas musicales. Otro, son los recurrentes (e inútiles) sueños del personaje que a la manera de flash back explican su entrenamiento ideológico y religioso, así como también un pasado feliz con familia. Eso sí, el director sabe explorar la relación entre los cuerpos y el espacio: ya sea con cámara al hombro (con mayoría de planos medios) o algún plano general (que patentiza la desmesura de la empresa del personaje), Skolimowsky dota de una fisicidad inusual a la película, que hace del mundo material su ethos cinematográfico. Sin embargo, el diagnóstico político del director es simplón y estereotipado, así como también la exploración de la psicología de los personajes, que invariablemente tienden a la caricatura, lo que termina menguando la efectividad del filme.

Por Martín Iparraguirre