Espíritus oscuros

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Sus entrañas se ennegrecieron

En una época en la que una y otra vez el cine de género tradicional parece condenado a la muerte -o a lo sumo a un estado terminal perpetuo sin posibilidades de mejora en el corto o mediano plazo- a raíz del enorme volumen de películas horrendas o desastrosas cortesía de realizadores que ya no saben narrar con imágenes y sobreexplican todo con diálogos o locuciones en off para el público de pocas luces, sin que en realidad importe el origen de los susodichos porque hay tantos mediocres en el mainstream pomposo como en la comarca independiente, Scott Cooper por suerte continúa cortándose solo y abriéndose paso como uno de los pocos cineastas con sutileza, personalidad propia, inteligencia y sobre todo una inmaculada destreza para esos relatos simples que pueden llegar a complicarse de manera pronunciada cuando estamos frente a un experto en serio en la construcción de personajes y en el desarrollo dramático de vieja escuela, uno que avanza en función de las necesidades de la propia trama y no según los postulados del marketing, la corrección política y/ o esa pose canchera anodina del Hollywood actual masivo o chatarra para descerebrados. El señor, en esencia un actor que se convirtió en director bajo la tutela de su amigo Robert Duvall, hasta la fecha contaba con un díptico criminal muy bueno y otro un poco menos interesante y de cadencia dramática estándar, el primero está conformado por La Ley del más Fuerte (Out of the Furnace, 2013), parábola sobre la conjunción de familia, pobreza y delito protagonizada por Christian Bale y Casey Affleck, y Pacto Criminal (Black Mass, 2015), genial biopic sobre James “Whitey” Bulger (Johnny Depp), informante del FBI y capomafia de Boston, y el segundo por Loco Corazón (Crazy Heart, 2009), propuesta otoñal sobre un cantante veterano y autodestructivo de country en la piel de Jeff Bridges, y Hostiles (2017), western revisionista con maravillosas actuaciones de Bale y Wes Studi acerca del ciclo del odio ciego en un contexto de conquista de territorios y limpieza étnica.

Si bien el guión de Espíritus Oscuros (Antlers, 2021), responsabilidad de Cooper, Henry Chaisson y Nick Antosca, está basado en un cuento corto de este último que fue publicado en 2019 en la revista on line Guernica, un guionista bastante desparejo -artífice de las olvidables La Cabaña (The Cottage, 2012), de Chris Jaymes, y El Bosque Siniestro (The Forest, 2016), de Jason Zada, aunque también cocreador junto a Michelle Dean de una extraordinaria serie para Hulu, El Acto (The Act, 2019)- que aquí se beneficia mucho de la presencia del colega Scott y de la estupenda producción de Guillermo del Toro, lo cierto es que la propuesta en su conjunto significa para el realizador una vuelta prosaica y brutal al ecosistema social mísero norteamericano ya explorado en La Ley del más Fuerte, para colmo con todas aquellas complejidades y superposiciones éticas de índole familiar. Como decíamos antes, la historia es muy sencilla y se centra en dos clanes de un pequeño pueblo boscoso del Estado de Oregón, primero el de Lucas Weaver (Jeremy T. Thomas), un niño que alimenta con animales muertos a su padre, el fabricante de metanfetamina Frank (Scott Haze), y a su hermano incluso menor, Aiden (Sawyer Jones), luego de que ambos fueran infectados por un wendigo, una criatura mitológica vinculada al canibalismo imparable cuyo origen se remonta a los pueblos indígenas de Estados Unidos, y segundo el de Julia Meadows (Keri Russell), una bella maestra de escuela primaria, y su hermano Paul (Jesse Plemons), el sheriff vernáculo, ambos habiendo sufrido maltrato y abuso sexual por parte de su padre, ya fallecido, y la mujer específicamente haciendo lo posible para no recaer en el alcoholismo, una tentación constante. A pesar de que es Frank quien lleva en su interior la presencia maléfica corruptora, a la que conoció en una mina abandonada que utilizaba de laboratorio, Aiden arrastra en parte la voracidad y metamorfosis corporal del progenitor y así provoca la angustia y desnutrición de Lucas, un huérfano de madre y alumno de Julia.

La película no esquiva para nada el bulto ni utiliza los típicos detalles seudo cómicos del mainstream para lelos para aligerar la tensión dramática o hacer que el espectador retrasado mental de hoy en día, ese que sufre de déficit de atención y quiere ver mil veces lo mismo, se sienta cómodo, más bien todo lo contrario porque Cooper en esta oportunidad vuelve a echar mano de su tono lúgubre y pausado marca registrada con el objetivo de meterse con temáticas muy pesadas como el abuso doméstico, la pobreza estructural, el olvido absoluto por parte del Estado, la orfandad, el bullying en el colegio, el hambre más lisa y llana, las adicciones, la lenta desmembración de la parentela, los miedos atávicos de la infancia, las vejaciones naturalizadas, el fluir narco, la resiliencia pueril y hasta los viejos crímenes perpetrados contra las tribus que solían poblar el país, masacradas sistemáticamente bajo la excusa de la edificación de una nación moderna que definitivamente no trajo el progreso ni el bienestar general para sus habitantes. Mediante el ardid retórico de hacer que Frank se autoencierre en su precario hogar cual cuarentena, reclusión a la que después se suma su vástago menor, y la estrategia narrativa complementaria de remarcar el hecho de que Julia pudo escapar de la morada del tormento paterno pero sin llevarse consigo a su hermano, quien se quedó soportando el calvario y sin hacer del susodicho un espectáculo símil histeria autovictimizante femenina, el film piensa tanto la dialéctica de la convivencia en las clases populares, una forzada por falta de recursos que lleva a enfrentamientos diarios aunque también a una solidaridad en pantalla simbolizada en el gesto de Lucas de buscarles comida a su padre y su hermano mientras él mismo comienza a pasar hambre, como la lógica de la pronta separación de las familias burguesas cuando los problemas aparecen, un sustrato decididamente llevado al extremo porque en lugar de fugarse con su hermano, otra evidente víctima, Julia se fue sola de la casa familiar y así lo dejó a merced del progenitor.

Sin embargo Espíritus Oscuros asimismo equipara el apoyo mutuo de los clanes proletarios con la posibilidad de redención que anida en sus homólogos burgueses, de allí se desprende toda la trama del convite ya que Julia no sólo regresa para reconstituir la relación con su hermano sino que incluso se propone como campeona de Lucas y su gran protectora, suerte de madre sustituta que pretende salvarlo de la reconversión del padre en un monstruo con esa cornamenta del título original en inglés, en sí la representación visual más clásica del wendigo. Con un majestuoso desempeño del elenco, más lo hecho por Florian Hoffmeister en fotografía y por Javier Navarrete en música incidental, la película resulta en simultáneo hiper adictiva y plagada de suspenso, por un lado, y un muy buen resumen de cómo se deberían trabajar todos los latiguillos de los relatos apesadumbrados de raigambre comunal, por el otro lado, pensemos en este sentido que Cooper narra el derrotero de los personajes con una precisión digna del mejor cine indie impiadoso y del mejor J-Horror de antaño y además no teme recurrir a clichés del formato sobrenatural y estudiantil hollywoodense como la presencia de abusones escolares que molestan al purrete protagonista, posesiones en cadena a lo virus muy contagioso o hasta una figura de autoridad que les explica a los investigadores tácitos o explícitos lo que está ocurriendo, en este caso un aborigen entrado en años, Warren Stokes (el insuperable Graham Greene). El realismo seco y siempre adusto del film, correspondiente a situaciones e intercambios verbales, sinceramente es un tesoro invaluable en la coyuntura cultural contemporánea y aunque la realización no sea en suma revolucionaria o siquiera vaya a abrir nuevo terreno discursivo dentro del terror bucólico de desmantelamiento de los lazos colectivos, por lo menos desparrama sabiduría narrativa y constituye un excelente retrato del proceso de ennegrecimiento psicológico de las personas, cuyas entrañas y cuyo odio terminan a la vista de todo el mundo de un momento a otro…