Espías a escondidas

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

MISIÓN: IMPOSIBLE ANIMADA

Viendo Espías a escondidas, dos cosas pasaban por mi cabeza: la primera era que estaba viendo una película que desde la superficie conectaba con la estética de James Bond, pero que finalmente terminaba evocando el espíritu de la saga de Misión: Imposible. La segunda, era más que nada un deseo: “por favor, que no quieran hacer una segunda parte”. Es que el estudio de animación Blue Sky ya ha caído en la trampa de exprimir relatos atractivos pero al mismo tiempo concisos en base a secuelas que se van acumulando y agotando sus posibilidades: por ejemplo, con ese pequeño western llamado La era de hielo, que tuvo cuatro entregas posteriores bastante innecesarias.

Posiblemente el gran mérito de Espías a escondidas sea aprovechar a fondo su premisa: Lance (voz de Will Smith), el mejor espía del mundo, termina convertido accidentalmente en una paloma y solo le queda como un aliado Walter (voz de Tom Holland), un oficial de tecnología absolutamente nerd, para enfrentar a un villano que lo ha hecho parecer culpable de una conspiración contra la agencia para la que trabaja. Ya la primera secuencia, que muestra a Walter de niño haciendo toda clase de experimentos, evidencia que lo que vamos a ver no es necesariamente a una animación adaptándose al género de espionaje, sino al revés. Y el relato cumple con ello concretando un giro argumental por el cual la centralidad la tiene un personaje equivalente al Q de James Bond o al Benji Dunn de Misión: Imposible. Sin embargo, lo que termina inclinando a la película para el lado de la saga protagonizada por Tom Cruise y no para el del espía encarnado actualmente por Daniel Craig es su firme vocación por lo grupal.

En esa última elección, la reivindicación del grupo por encima del individuo pero también la de una estructura de pareja despareja, es donde Espías a escondidas se consolida como una película de aprendizaje: Walter y Lance tendrán como ayudantes improvisados a otras palomas y desde ahí irán conformando un equipo totalmente inusual, pero perfecto para la misión que tienen que cumplir y que lo obliga a superar los miedos e individualismos. El film de Nick Bruno y Troy Quane, con esa base, avanza con una velocidad de vértigo, sacándole todo el jugo posible a la aventura, recurriendo a un humor que alterna entre lo corporal (tanto a nivel humano como animalesco) y lo lúdico, logrando muchos momentos sumamente divertidos. Estas tonalidades y posicionamientos no solo pueden verse en los protagonistas sino también en los otros personajes: la agente de Asuntos Internos que persigue a Lance y Walter, tremendamente profesional y con un par de ayudantes que la respaldan en todo; pero también en el villano, que opera como contraste y antagonista al manejarse complemente solo.

El aprendizaje de Espías a escondidas se da mayormente desde la acción pura y un humor definitivamente juguetón, que hasta funciona para digerir cierta oscuridad que se hace más palpable en algunas vueltas de tuerca en los últimos minutos, donde queda claro que la violencia ejercida por tipos como Lance tiene consecuencias no siempre deseables. Allí es cuando la película amenaza con ponerse innecesariamente solemne, pero por suerte sabe volver a su esencia, que pasa por la fisicidad y la aventura alocada, sin complejos ni condicionamientos. Desde ahí es que cumple con su pequeña misión: imposible, construyendo personajes entrañables y un conflicto atrapante. Pero eso sí, por favor no hagan secuelas, porque el aprendizaje ya está completo.