Espías a escondidas

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

La paloma y el nerd

A diferencia de lo que ocurría en décadas como los 70, 80 y 90, la animación mainstream del nuevo milenio prácticamente ha renunciado en un cien por ciento a las pretensiones artísticas y/ o a cualquier sustrato de innovación que se aparte de los cánones de siempre, de una forma similar a lo que ocurre con el cine live action y la omnipresencia de unos CGIs que también durante los últimos 20 años han caído en un terreno de mediocridad y redundancias. El enclave familiar bobalicón ha sido uno de los que más ha sufrido este achatamiento cualitativo en donde casi todas las películas destinadas a los niños se parecen cual signo de unos tiempos orientados a la falsa sensación de seguridad comercial que dan el marketing, la publicidad más hueca y esa segmentación fanática de públicos que pasa a controlar la faceta creativa y encima una y otra vez falla en garantizar la taquilla esperada.

Espías a Escondidas (Spies in Disguise, 2019) se ubica en un terreno intermedio entre la banalidad promedio contemporánea de la industria cultural y una mínima intención de ofrecer algo un poco más valioso o memorable mediante la estrategia de recuperar un viejo ardid narrativo del séptimo arte, nada menos que el falso culpable, un recurso tomado del suspenso y del thriller de espionaje -centrado en un protagonista incriminado por esto o aquello y con la consiguiente misión de desenmascarar al verdadero responsable del crimen en cuestión- que aquí está volcado hacia la animación rimbombante hollywoodense de aventuras que en esencia funciona como un vehículo para explotar a las dos estrellas de turno, el estrambótico Will Smith, un eterno “chanta” del rubro actoral, y Tom Holland, conocido por interpretar a Peter Parker/ Spider-Man en la andanada de bodrios de Marvel.

Sin ser la gran cosa pero tampoco un producto del todo fallido, esta ópera prima de Nick Bruno y Troy Quane es lo suficientemente ridícula y veloz como para que resulte amena la premisa de base, eso del agente secreto arrogante (Smith, por supuesto) debiendo limpiar su nombre convertido en una paloma por el invento de un nerd (el veinteañero Holland) que trabaja para la misma agencia de inteligencia que el primero, llamada “Honor, Confianza, Unidad y Valor”. Desde ya que el villano que incrimina al afroamericano (interpretado por Ben Mendelsohn) atesora una venganza personal y su carácter despiadado se traslada de manera literal a su cuerpo, en esta oportunidad con una mano robótica, una capacidad de disfrazarse vía hologramas y hasta un cuerpo con otros detalles cibernéticos que le permiten controlar a un ejército de drones de combate con los que piensa destruir a todos los otros agentes a través de un ataque masivo a la sede central del organismo en Washington D.C.

Para lo que suele ser el paupérrimo nivel de los chistes de estas comedias lights camufladas, se puede decir que la propuesta no pasa vergüenza y algunos sketchs son hilarantes por mérito propio, sobre todo exprimiendo las evidentes diferencias de la “pareja dispareja” protagónica, otro punto a favor porque la película opone de manera consciente el fetiche bélico del personaje de Smith al gustito por las soluciones pacíficas algo freaks de su homólogo de Holland (esta es la solución que encuentra el guión de Brad Copeland y Lloyd Taylor para mantener la espectacularidad de las secuencias de acción pero sin matar a nadie ni hacer volar todo por los aires). Como el Smith veterano -ya cincuentón- está mucho más abierto a la autoparodia en lo que atañe a su imagen, el asunto de la conversión a paloma está relativamente bien aprovechado en una obra hiper previsible y elemental que confirma el estatuto artístico remanido de la gran mayoría del Hollywood destinado a la masividad…