Escupiré sobre tu tumba

Crítica de Julián Tonelli - Cinemarama

En 1978 se estrenó Día de la mujer, una historia tan violenta que apenas unos pocos autocines de Estados Unidos se atrevieron a proyectarla. Meir Zarchi, el director, no podía conseguir que su obra fuera aprobada por los organismos de calificación. Ergo, nadie quería distribuirla. Finalmente fue reestrenada en 1980 con algunos cortes y un nuevo título: Escupiré sobre tu tumba. Las reacciones de espanto fueron inmediatas, y muchos países la censuraron por completo. Interminables debates continuaron con la polémica, a tal punto que algunos críticos, luego del shock inicial, llegaron a advertir en el film una especie de catarsis feminista.

La sinopsis es conocida: Jennifer, una joven y sofisticada escritora (Camille Keaton, sobrina-nieta de Buster), viaja a una casa rural para pasar el verano. Al llegar se topa con cuatro hombres del lugar (uno de ellos, retardado mental) que la violan salvajemente. Herida y humillada, la protagonista decide quedarse en la casa y en los días siguientes consuma su venganza, atrayendo ingeniosamente a sus abusadores para luego asesinarlos uno por uno. Inscripta en el subgénero de violación y venganza que inauguró Wes Craven con Pánico a la medianoche –¿o fue Bergman con La fuente de la doncella?– la mediocre película de Zarchi también retoma, con más sexo que sangre, una premisa temática abordada por La masacre de Texas cuatro años antes: el brutal encuentro de una joven clase media liberal y mundana con los espeluznantes y primitivos lugareños de un territorio rural siniestro e inhóspito. Esta cuestión fue expuesta anteriormente por un cine más comercial, ahí están Los perros de paja o Amarga pesadilla para comprobarlo. Con todo, Escupiré sobre tu tumba sigue siendo uno de los films más controvertidos de todos los tiempos.

La repugnante atracción que provocan películas prohibidas como esta o como, en un nivel más extremo, Holocausto caníbal de Deodato, tiene mucho que ver con cierto estilo de época. En el cine exploitation de los 70 y primera mitad de los 80 se escarmentaba brutal e irracionalmente a la generación del amor libre, las drogas y los movimientos antiguerra. Con el advenimiento de la restauración conservadora y el SIDA en los años siguientes, este cine perdió algo de su razón de ser. La experiencia posmoderna aligeró el peso del goce, le quitó toda su profundidad transgresora de antaño y lo convirtió en ley, en pura mercancía para nuestras sociedades de consumo contemporáneas.

Actualmente estamos acostumbrados al terror de películas como El juego del miedo o Hostel. El éxito de estas impulsó las remakes de varios clásicos, por ejemplo, El amanecer de los muertos y la ya mencionada La masacre de Texas. Ahora le toca el turno a Escupiré sobre tu tumba. En esta ocasión dirige Steven Monroe y protagoniza la incipiente Sarah Butler. El resultado es previsible para los tiempos que corren: más sadismo, más sangre, más golpizas, todo mostrado con lujo de detalle. Una de las diferencias que más se han mencionado entre película original y remake es que en aquella la tortura era únicamente física, mientras que en esta las vejaciones son tanto físicas como psicológicas. En el relato de Zarchi, que no se caracterizaba precisamente por la solidez de sus diálogos, los violadores culpaban a Jennifer de causar el ultraje, aduciendo básicamente que las chicas de la gran ciudad eran putas que sólo buscaban coger. Ella, más allá de cualquier posible trauma, no tenía ningún problema en acostarse con sus descerebrados victimarios con tal de poder ahorcarlos o rebanarles el pene. Esto no parece satisfacer a Monroe. Sus villanos son psicópatas de primera, con todos los clichés correspondientes. Al retardado, quién otro sino, comienzan a atormentarle sus visiones de la heroína, cuya apariencia alucinada se asemeja repentinamente a la de la nena diabólica de La llamada. Cuando les llega la hora, vemos de todo: anzuelos que atraviesan ojos, pinzas que arrancan dientes, escopetas que sodomizan hasta revolver tripas, etc. En su afán por impactar a toda costa por medio de esa infinidad de mutilaciones corporales, la remake se olvida completamente del erotismo retorcido que exhibía la película original. El resultado final se asemeja más a una versión splatter de Mi pobre angelito que a otra cosa. Totalmente olvidable.