Escuela normal

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Un microcosmos cada vez más horizontal

En su primer documental, la directora de “Ana y los otros” retrata un universo educativo, el de su viejo colegio, menos rígido que antes.

La idea no es hacer periodismo del yo, sino aclarar desde dónde se escribe. El autor de estas líneas cursó el secundario en el Carlos Pellegrini, en plena dictadura. Un microcosmos fascista abordado, desde distintas perspectivas, en películas como el documental Flores de septiembre o la ficción La mirada invisible , que transcurría en el Nacional Buenos Aires, y se basaba en la novela Ciencias morales , de Martín Kohan.

Estas menciones, ajenas hasta cierto punto a Escuela Normal , no son del todo arbitrarias. Porque el filme de Celina Murga dialoga, con agudeza y sin alzar la voz, con la educación escolar que cada uno haya tenido. Incluso con la que tuvo la realizadora, que estudió en la escuela de Paraná que retrata en esta película, en los ‘80, cuando, según lo que dijo ella en algunas entrevistas, los alumnos eran una suerte de “recipientes a ser llenados de conocimiento por los docentes”.

La escuela de Escuela Normal es del siglo XXI: con menos objetos y más sujetos; sin tanta domesticación, sin tanto verticalismo. Murga, cineasta de sólida formación, no cae en la tentación de la apología ni la exégesis. Sutil, conocedora de las herramientas cinematográficas, abarca la diversidad de este universo educativo, con sus problemas, sus contradicciones, sus carencias; a pura observación, sin voces en off, sin cabezas parlantes, sin retórica.

En las aulas vemos a alumnos que cuestionan y debaten con los profesores. Pero Murga le da mucho más tiempo al lenguaje visual. Nos muestra la naturalidad con la que se mueven los cuerpos, liberados de disciplicinas cuasi castrenses y, también, acostumbrados a la presencia de cámaras. O el modo en que los chicos ocupan los espacios. Espacios físicos o simbólicos, como el político.

No es casual que el eje narrativo sea la elección de autoridades del centro de estudiantes, con sus contiendas y fricciones juveniles, a veces cándidas, siempre vitales y fervorosas. La base de un sistema más horizontal, más democrático. Sobre el final de la película, sin subrayados, Murga nos muestra un encuentro de graduados, gente muy mayor, y pone el foco en el conmovedor discurso de una egresada de la promoción 1928.

¿Y qué dice esta señora centeneria? Entre otras cosas, que le tenía bronca a un profesor, porque había maltratado a su hermano. Lo sintomático es que, a pesar de haber elegido esta anécdota, una espina clavada por décadas, aclara que no va a decir el nombre del docente: un respeto o un temor que ha trascendido la muerte. Otra vez el diálogo entre dos modelos de educación, entre dos épocas.

Para no dar la única perspectiva de los alumnos (actuales y antiguos), Murga elige a la jefa de preceptores, una hiperactiva mujer apodada Macacha, a la que sigue -con la cámara sobre la espalda, al estilo dardenniano- a través de pasillos de pisos ajedrezados, en medio del caos y el griterío. Macacha es el personaje más cercano al protagonista de Entre los muros , pero en versión menos dramática, con estudiantes de clase media.

Algunos pasajes transmiten humor; otros, restos de solemnidad -el discurso durante un acto patriótico o una banda policial tocando en la escuela-; casi todos, el avance de la política. Debates y búsquedas de consensos: el modo de formar ciudadanos menos obedientes y chatos, más libres.