Escuela normal

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Aprendizajes

1. No hace falta leer entre líneas para notarlo: Escuela Normal es una película que habla todo el tiempo de la política y el poder. La visión levemente desencantada de Celina Murga surge del desfase existente entre la autoridad real de la rectora Machaca y las posturas más o menos idealistas y esperanzadas de los chicos de las dos listas que compiten en las elecciones del centro de estudiantes. El que avisa no traiciona: Escuela Normal no aspira a observar inocentemente el estado de cosas de un colegio de provincia, y por eso comienza con el movimiento de una cámara que sigue a la rectora mientras habla con profesores, pide información a alumnos y rellena los jaboneros de los baños. Ese plano secuencia inicial, en el que se la ve a Machaca como un pulpo capaz de atender varios problemas a la vez sin descuidar ninguno mientras recorre los pasillos de la escuela, construye la imagen de un poder con rostro humano pero que lo abarca todo, capaz de tocar incluso una cuestión insignificante como el rellenado de jabón líquido de los baños de alumnos.

2. Contra el control de Machaca van a chocar de frente los chicos durante los últimos días de clase cuando, después de realizada la elección, la rectora ordene restringir la entrada al establecimiento y Sofi, una de las integrantes de la lista ganadora, exultante tras su victoria apenas unos planos antes, tenga que discutir incansablemente con una ordenanza (que acata órdenes sin cuestionarlas) y una profesora solo para poder ingresar a la escuela y conocer su nota de matemáticas. No es casual que la película elija a Sofi para contar ese momento: antes de realizarse las elecciones, ella era la primera (y la única, quizás) que se percataba de lo complejo y enrevesado del ejercicio de la política, y lo comunicaba con un evidente desencanto. El hecho de impedirle la entrada justo a ella, flamante integrante del centro de estudiantes, confirma el abismo insalvable que se abre entre el carácter a veces meramente nominal de la política estudiantil y las decisiones concretas del poder real.

3. Las escenas de los chicos son alternadas con otras de Machaca y los docentes que funcionan a modo de separador, pero también como contrapunto obligado de los debates acalorados y a veces un poco cándidos de los chicos. De todas formas, Murga abre una puerta cada vez que filma a algún grupo y los captura en momentos de descanso, juego o charlas de política. En esas escenas no faltan los intercambios silenciosos, los secretos que se susurran y que la cámara solo puede observar pero nunca revelar mediante la escucha; son puntos ciegos que escapan del brazo institucional y que, no por nada, regalan algunos momentos fugaces de belleza y plenitud jóvenes como pocas o ninguna película argentina supo capturar.

4. El cierre empieza con la fiesta de fin de curso, con los chicos y sus padres festejando la finalización del secundario mientras bailan, toman y parecen recorrer por última vez los largos pasillos y salones del colegio. Es curioso que la película no muestre nada relacionado con la preparación de la fiesta; la decisión quizás se deba al hecho de negarse a proponer esa celebración última como un dispositivo calibrado y operado por las autoridades, cosa que podría restarle frescura y dinamismo a la celebración. Murga elige voluntariamente dejar fuera de campo aquello que podría empañar el brillo de la escena, como si en esa fiesta nocturna (que al principio recuerda un poco a la de Una semana solos) se estuvieran jugando cosas más importantes para el cine que cualquier develamiento político o de rituales institucionales. Murga no es una cineasta cínica ni fría, quiere de verdad a sus personajes, por eso su película se pregunta acerca del poder pero sin renunciar a su condición de cine profundamente humanista, que recala siempre en los individuos, en la calidez de la camaradería, en las caras expectantes de los chicos (aunque las chicas sean las verdaderas protagonistas), en los gestos más pequeños y al mismo tiempo (quizás por esa misma fragilidad) más encantadores, y no se interesa solo en el registro distanciado de los modos de reproducción del poder.

5. Sin embargo, la última escena viene a ensombrecer levemente la alegría de la fiesta de fin de curso. No hace falta contar todo lo que ocurre en esa reunión final de una promoción de mujeres de la década del 20, alcanza solo con decir que el himno a Sarmiento (fundador de la Escuela Normal de Paraná), previo aviso de la mujer que tiene el micrófono, es entonado por las participantes de manera casi mecánica, sin pasión, como exhibiendo los resultados de un aprendizaje que cala demasiado hondo, incluso al punto de convertirse en una memoria corporal automática.