Escobar: Paraiso perdido

Crítica de María Inés Di Cicco - La Nueva Provincia

Un culebrón, en contexto de narcos

Los 20 años de la muerte de Pablo Escobar buscan justificar esta mirada “humana” sobre el mafioso colombiano.

Es 1983, y es Colombia, donde todo sucede.

Nick (Josh Hutcherson, de Los juegos del hambre) es surfista, canadiense y llega a las playas de ese país de visita.

Con sólo ver el mar siente que ha encontrado allí su lugar en el mundo; o el paraíso, con diosa incluida, una chica que responde al seductor nombre de María y es sobrina de Pablo Escobar, político multimillonario con una fuerte vocación solidaria.

El idilio resulta perfecto hasta que a Nick se le ocurre preguntar de dónde viene tanto dinero, y la visión de su suerte se torna en una pesadilla que gana espacio en su vida --y en el relato-- a la par de la amenazante presencia del tío Pablo, capaz de adorar a su familia con la misma vehemencia con que venga la deslealtad.

Escobar: Paraíso perdido se sitúa un año después de que el líder del cartel de Medellín fuera elegido suplente en la Cámara de Representantes de Colombia, y un año antes de que desatara una guerra de guerrillas que se llevó la vida de miles de personas.

A dos décadas de la muerte de uno de los mafiosos más poderosos conocidos en tierra americana, esta cinta viene a sumarse a una ristra de serie, documentales y libros, procurando una visión más "humana" de Escobar.

El mayor acierto es la elección para el protagónico de Benicio del Toro. Lo demás no supera al culebrón, donde el chico debe vencer los obstáculos más "increíbles" para defender su amor.