Esclavo de Dios

Crítica de Fernando López - La Nación

Pese a su juventud (27 años), el venezolano Joel Novoa Schneider tiene considerable experiencia en el cine. Hijo de cineastas (un uruguayo, una venezolana) y formado académicamente en la Universidad de California, llevaba filmados ocho cortos, varios de ellos premiados antes de decidirse a un primer largometraje. Quizá por ese prolongado ejercicio se atrevió a abordar un tema tan delicado como la personalidad de un fundamentalista. Un hecho real -el atentado terrorista contra la AMIA, que dejó 85 muertos le sirvió como punto de referencia, y dedicó largo tiempo junto con su guionista, el uruguayo Fernando Butazzoni a reunir información y conocer el resultado de las múltiples investigaciones que se han desarrollado sobre el hecho, pero no para hacer foco en aquel ataque, sino para construir una ficción sobre bases reales.

El propósito era lograr el abordaje humano de la figura del fundamentalista y con ese fin y en busca de cierto equilibrio se organizó la historia en torno de dos militantes radicales: un islamista de origen libanés que ha estado preparándose desde la infancia para vengar la muerte de su padre (un moderado y pacífico musulmán asesinado durante la guerra del Líbano), y con ese objetivo se ha inventado una nueva vida como médico en Venezuela, y un implacable agente argentino del Mossad que no repara en medios para llevar adelante la guerra contra los terroristas que le arrebataron a su hermano. Son dos caras del fundamentalismo, que sin duda representa en la visión del film el mismo y único enemigo, aunque en la superficie el retrato de los palestinos resulte algo más despiadado que el de los israelíes.

La propuesta más interesante del guión está en la hipótesis de un tercer atentado que habría sido proyectado para pocos días después del de la AMIA. Es en ese punto donde se cruzarán las vidas del terrorista que está listo para cumplir su misión y el agente que ha estado atento a cada movimiento de la célula extremista para impedir cualquier ataque. Y es ése el hecho que regula el suspenso de la historia, hábilmente administrado por el director venezolano. Que el desenlace resulte menos convincente no resta mérito a esta producción, que es casi una rareza en el cine de esta parte del mundo, si bien es cierto que en el examen de los personajes no hay excesiva profundidad, sobre todo si se recuerdan algunos films palestinos que abordaron el tema.

La forma es la del thriller, con todos los elementos necesarios para mantener el nervio y la tensión, más allá de alguna sobredosis de flashbacks y de esporádicos baches en el ritmo. La puesta en escena de Novoa acierta sobre todo por el cuidado puesto en la ambientación y la inteligente elección de escenarios (la acción transcurre en El Líbano, Caracas, Buenos Aires y Montevideo). También el uso de los distintos idiomas en los diálogos (cada personaje habla en su propia lengua) contribuye a fortalecer el realismo del relato en la misma medida en que a veces lo contradicen la recurrencia a lugares comunes y las situaciones previsibles.

Como thriller, el film está construido con solidez y cohesión y logra sostener el interés. Es en general destacable el desempeño del elenco, en el que tienen especial lucimiento Vando Villamil y el actor debutante Mohammed Al Khaldi.