Escalofrios 2: Una noche embrujada

Crítica de Ricardo Ottone - Subjetiva

“Escalofrios 2: Una noche embrujada”, de Ari Sandel
Por Ricardo Ottone

R.L. Stine es un escritor que es además una marca. Sus novelas de terror, mayormente incluidas en la serie de libros “Escalofríos” (Goosebumps) dirigidas a un público infanto-juvenil venden millones de ejemplares y ya tuvieron adaptaciones en el sentido más clásico del término con las series de televisión Escalofríos de 1995 y Las Aventuras del Suspenso (The Nightmare Room) de 2002. En 2015 la idea de llevar la exitosa franquicia Escalofríos al cine se llevó a cabo de otra manera. Ya no se trataba de adaptar un determinado relato sino de poner en escena su universo, entendido como una dimensión particular, un patio de juegos habitado por los monstruos clásicos del imaginario compartido por todos (hombres lobos, momias, zombies, brujas, hombres de las nieves, muñecos que cobran vida) Un lugar con forma de pueblo pequeño protagonizado por niños y adolescentes y donde el propio Stine no es solo el autor, ni siquiera un presentador al estilo de Alfred Hitchcock o Rod Serling, sino un personaje que habita ese mismo escenario e interactua con sus creaciones, las cuales tienen con él una relación que no es precisamente de gratitud. Razones no les faltan para sentir rencor por un creador que juega a su vez de carcelero.

En aquel primer film de 2015 la clave estaba en la combinación de entretenimiento ATP, el elemento nostálgico de unos monstruos reconocibles, unos cuantos guiños a clásicos del género y un toque de autoconciencia. Jack Black interpretaba a Stine de manera totalmente libre, con una composición histriónica y extravagante que no pretendía retratarlo tal cual es por medio de la imitación sino crear una caracterización alejada del Stine real, que tanto allí como en la presente secuela aparece haciendo pequeños cameos.

Esta secuela dirigida por Ari Sandel, quien viene de dirigir un par de comedias románticas teen, cambia los protagonistas que esta vez son un trío compuesto por dos niños y una hermana adolescente. Cambia también el escenario aunque sólo en apariencia (como si todos los pueblos chicos fueran intercambiables). Los que vuelven son los monstruos que insisten en su afán de escaparse de las páginas al mundo cotidiano de los humanos. Los conduce nuevamente el carismático Slappy, muñeco de ventrílocuo con ansias de poder, líder carismático y megalómano en conflicto con su propio autor.

Nuevamente las referencias son al cine de terror infantil-juvenil de los años 80, a directores como Joe Dante, Fred Dekker o Tom Holland, con películas como Gremlins (1984), Escuadrón antimonstruos (1987) o La hora del espanto (1985) y también a series como Eeerie Indiana (1991) y películas de Halloween como Abracadabra (1993, Kenny Ortega) . Los lugares y personajes son los típicos: el pueblo, la escuela secundaria, el baile del colegio, la noche de brujas, las madres (sin padre), los matones y los vecinos raros. Y lo fantástico y sobrenatural que se despliega, se sale de control y amenaza con apoderarse de todo. Como es habitual, los protagonistas perdedores no tienen otra opción que tratar de salvar al pueblo.

Toda esta serie de elementos es mezclada y pasada por un filtro amable donde el propio Slappy es como una versión suavizada de Chucky, el muñeco diabólico (1988, también de Holland) y se explotan los monstruos clásicos en su versión infantil y festiva, más como un recurso de complicidad que de terror propiamente dicho. El film anterior tendía lazos en ambos sentidos: niños con ganas de sustos relativamente seguros y adultos nostálgicos. Esta secuela opta por un tono más infantil donde las citas y los guiños están pero son menos.

Escalofríos 2 es una película amena que cumple con el objetivo de entretener con medios conocidos aunque es más obvia y previsible que su antecesora. Los clichés de los cuales el Stine personaje se avergüenza y señala como defectos de juventud pasan de ser un chiste o un guiño a ser parte del carácter del film. La mirada irónica ya no lo es tanto, quizás porque los protagonistas son más chicos o porque el personaje de Stine, responsable en la primera de la autoconciencia del relato, tiene esta vez una participación anecdótica, casi de trámite.

La noche de brujas es un escenario conocido y transitado que juega de excusa para que las criaturas fantásticas de juguete y cartón pintado cobren vida y se sumen a sus colegas salidos de los libros para subvertir el orden apacible del pueblo. Su espíritu es análogo al que la película propone: una fantasía de feria con sustos de cotillón que necesita para su disfrute de un espectador niño o que tenga la indulgencia de hacer de cuenta que lo sigue siendo.

ESCALOFRIOS 2: UNA NOCHE EMBRUJADA
Goosebumps 2: Haunted Halloween. Estados Unidos. 2018
Dirección: Ari Sandel. Intérpretes: Jack Black, Wendi McLendon-Covey, Madison Iseman, Jeremy Ray Taylor, Caleel Harris, Chris Parnell, Ken Jeong. Guión: Darren Lemke, Rob Lieber, basado en los libros: R.L. Stine. Fotografía: Barry Peterson. Música: Dominic Lewis. Edición: Keith Brachmann, David Rennie. Producción: Deborah Forte, Neal H. Moritz. Producción Ejecutiva: Timothy M. Bourne, Tania Landau. Dirección de Producción: Rusty Smith. Distribuye: UIP. Duración: 90 minutos.