Escalofrios 2: Una noche embrujada

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Toda segunda parte tiene como desafío superar a la primera, o al menos introducir sutiles cambios como para marcar cierta diferencia. Escalofríos 2: Una noche embrujada podría haber sido una atractiva secuela para adolescentes, pero la película dirigida por Ari Sandel, basada en los libros infantiles de R. L. Stine, carece del desparpajo visual, de la soltura narrativa, de la gracia de los personajes y del sentido de la aventura de la primera.

Si Escalofríos (2015) recurre a los efectos digitales para sorprender y entretener, acá los efectos son más analógicos, casi como en las películas de terror de antes, cuando no existían las computadoras y los actores y actrices se tenían que disfrazar de monstruos. Quizás esto puede ser un punto a favor, ya que no hay saturación de imágenes digitales.

Pero no reside ahí el problema del filme, sino en su falta de rigor, de ingenio, de matiz. La nueva historia es más predecible, con gags que no hacen gracia y escenas y diálogos que subestiman al espectador joven.

El protagonista es el muñeco de ventrílocuo llamado Slappy, que cobra vida después de que unos niños, Sonny y Sam, abren un misterioso libro en una casa abandonada. Hay también una madre que nunca se entera de lo que pasa y una hermana mayor que se une a los niños para deshacerse del muñeco.

Al principio, Slappy parece amistoso, ya que ayuda a los chicos con algunos problemas que no pueden resolver. No obstante, el muñeco muestra muy pronto su verdadera intención: formar una familia.

Ante la negativa de los niños, Slappy decide darle vida a la noche de Halloween, ayudado por una torre de Tesla. Es así que objetos inanimados se convierten en monstruos con vida: brujas, hombres de la nieve, calabazas parlantes y tarántulas gigantes empiezan a invadir el barrio.

R. L. Stine vuelve a estar interpretado por Jack Black, aunque sus pocos minutos en pantalla no aportan mucho. Otro punto negativo es que la película se parece a un capítulo de esas típicas series de televisión de canales infantiles.

En la primera Escalofríos, los personajes del libro salían a la realidad; acá son los personajes de la realidad los que se meten en el libro. Es decir, en la anterior la ficción influía en la realidad, y acá la realidad influye en la ficción.

La película tiene algún momento de suspenso logrado, e intenta decir algo sobre el horror que significa la página en blanco. Pero le falta creatividad para cumplir su propósito.