Es sólo el fin del mundo

Crítica de Roberto Iván Portillo - Cuatro Bastardos

Es sólo el fin del mundo: Griterío en la mesa familiar.
La última película de la productora MK2 es una despedida gris, Dolan decepciona y defrauda a su público con una obra repetitiva y ruidosa.
El joven Xavier Dolan estrena su última película “Es sólo el fin del mundo” (Juste la fin du monde) que viene de una gran polémica del último Festival de Cannes por su enfrentamiento con la crítica internacional. La cinta es la primera adaptación del canadiense que entra en Competencia Internacional y, en palabras suyas, la última también ya que su recepción por parte de la prensa cinematográfica no fue muy grata. Sin embargo, el director logró consagrarse con el Gran Premio del Jurado (uno de los más importantes) y, hace poco, su creación quedó entre las nueve preseleccionadas al Oscar de habla no inglesa.
Es la primera vez que el canadiense utiliza actores de talla internacional, el trío Marion Cotillard, Léa Seydoux, y Vincent Cassel, y un gran presupuesto en un filme donde las expectativas son mayores y el resultado sale fallido.
Basado en la obra homónima de Jean-Luc Lagarce, el enfant terrible construye una historia sobre la familia. Cuenta el retorno de un escritor, a punto de morir, a la casa (en la que en su juventud decidió abandonar) luego de 12 años de ausencias en un pueblo muy alejado de la ciudad y donde los fantasmas no tardaran en aparecer. Su madre coqueta (Nathalie Baye), su suegra introvertida (Cotillard) y en especial sus dos hermanos (Seydoux y Cassel), el mayor y la menor, intentarán hacer la paces sin llegar a una crucifixión.
La narración es simple y fútil, es el encuentro de este hombre (Gaspard Ulliel) atormentando por su pasado con su familia dolida por la huida. La carga principal estará expuesta por los largos, fuertes, dañinos y cargados diálogos en los que se moverá la historia. Además, de algunos flashbacks de la infancia y del amor adolescente del protagonista. Siempre con el toque de imagen pícara y pseudosensible que transmite el director.
Las estructuras de los personajes están sobrecargados de rencor, odio y cólera tanto es así que no se les permiten ver más allá de lo que reclaman. No se transmite, al fin y al cabo, la sensación de dolor, solo estrés y agotamiento. Cualquier acción por lo mínima que sea lleva a la familia a reaccionar con gritos y reproches. Todo es excusa para el reclamo. El histerismo en su estado más puro y postmoderno.
Y como se viene acostumbrando, pensar en el cine dolanista es imaginarse videoclips continuos con música pop/electrónica y en este caso son necesarios para salvar una narración al borde del abismo. Sin este recurso, el largometraje sería pernas hablando fuerte todo el tiempo sin nada más en particular.
Las metáforas casi absurdas y débiles nos hacen pensar que no es el Dolan maduro que uno esperaría, es sólo un joven que todavía se cree rebelde, que piensa que su fórmula funcionaria para siempre sin importar el tema.
Marin Karmitz (productor de MK2) se despide como editor de películas con esta coproducción que no le hace honor. Será una pequeña mancha que dejará dentro de tantas grandes obras.