Es sólo el fin del mundo

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Disonantes emociones en conflicto

No hay manera de no decir nada. Se puede decir demasiado o bien no decir lo suficiente. Esa idea atraviesa el sexto largometraje de Xavier Dolan, ganador del Gran Premio del Jurado en la última edición del Festival de Cannes. Con apenas 27 años, este provocador artista canadiense se convirtió en mimado de la crítica gracias a películas intensas y celebradas como Yo maté a mi madre (2009) y Mommy (2014), también ganadora en Cannes. Con Es sólo el fin del mundo, es notorio, las opiniones han estado más divididas.

Quien dispara el torrente de potentes emociones que impulsa a la película es un joven dramaturgo que se reencuentra con su disfuncional familia luego de una prolongada ausencia. Tiene la idea de contarles algo muy importante, pero su intención inicial es obturada por una catarata de gritos, reclamos y reacciones histéricas e histriónicas de su madre y sus dos hermanos. Son ellos los que dicen demasiado, frente al estupor del que, aturdido, no logra decir lo suficiente.

Dolan cuenta ese visible desencuentro apelando a una sucesión de planos cerrados que acentúan el ahogo que provoca toda la situación e intercalando espaciadamente estilizados flashbacks que rememoran un pasado más luminoso. La única que parece dispuesta a escuchar al recién llegado es su nuera (la gran Marion Cotillard), pero su cordial predisposición no alcanza en medio de tanto barullo.