Errantes

Crítica de Julio Nakamurakare - CineFreaks

Un lugar llamado no lugar

Estilísticamente correcta y con fuertes connotaciones sociopolíticas, el documental Errantes, que se estrena hoy en la sala Gaumont Km 0 dependiente del INCAA, se presenta a los potenciales espectadores como el registro testimonial de un evento en particular que puede ser leído como metáfora de muchas otras instancias similares.

Como bien lo indica su título, Errantes desplaza la mirada, de manera nomádica (como los protagonistas) pero también anclada en una situación concreta: el proyecto de desalojo de una cincuentena de familias sin hogar que toman una vieja fábrica abandonada (La Lechería), convertida en asentamiento de precarias viviendas.

Ubicada en esos extraños puntos urbanos donde confluyen uno o más barrios (en este caso, La Paternal y Villa del Parque), La lechería, ante el proyecto gubernamental de desalojar la fábrica con la promesa de reubicar a las familias en lugares más dignos, se transforma en el cuerpo de combate de una lucha de clases que se niega estoicamente a desaparecer o al menos a menguar su furia descontrolada.

Escrita y dirigida por Diego Carabelli y Lisandro González Ursi como proyecto de la Escuela de Cine Documental El Observatorio, Errantes es la cuarta producción de ese colectivo en lograr el ansiado estreno comercial. Errantes viene precedida de laudatorios comentarios críticos y participación en festivales como el BAFICI, Tandil Cine (Premio del Jurado a la Mejor Película Argentina), y actual participante del Festival de Cine Migrante.

No le faltan méritos a la obra de Carabelli y Gómez Ursi, a punto tal que el interés en la temática y en sus sufridos protagonistas se acrecienta a medida que el documental avanza. La construcción del documental es sencilla, con pocas pretensiones artísticas pero con un fuerte compromiso hacia la causa que mueve a los pobladores de La Lechería, a un grupo de encomiables asistentes sociales, y una necesariamente explícita condena de la intolerancia hacia lo diferente, hacia lo que se teme por miedos arraigados en grupos sociales “bien constituidos” que, al igual que los villeros de La Lechería, también se movilizan para evitar que sus miembros sean reubicados – primero de manera transitoria, luego de modo permanente – en dos torres con viviendas dignas para los desposeídos habitantes de la villa.

La cámara de Carabelli y González Ursi no es precisamente inquieta. Mejor dicho, recorre y se detiene en el discurso personal de algunos de los más casos más representativos de lo que es la vida cotidiana en La Lechería. Algunos testimonios son conmovedores, como el del emprendedor trabajador inmigrante que logra levantar cabeza y tener su propio emprendimiento económico hasta que la tragedia se ensaña una vez más contra él, esta vez quizá de manera definitiva. “El accidente,” como él se refiere a un trágico choque entre una combi y un tren del premetro, arruina para siempre la vida de dos hombres, lisiados luego de la colisión.

Luego de registrar prolijas asambleas donde prevalece el espíritu de camaradería y colaboración en un proyecto de transparencia supuestamente garantizada, Errantes continúa su discurso cuasi unilateral para concentrarse en las fuerzas de la oposición: los burgueses vecinos del lote a construir, que deciden boicotear la materialización del proyecto habitacional para evitar la proximidad de “indeseables”, de “diferentes”, de “otra gente”, percibidos como potencial amenaza a su bienestar de clase media.

A nivel cuantitativo, Errantes detalla con lujo de detalles, de modo casi preciosista, el déficit habitacional de la ciudad de Buenos Aires, que existe, es real y tan evidente y palpable que basta alejarse una corta distancia del emblemático Obelisco para comprender su dimensión. Pero tal vez una de las mayores falencias de un documental como Errantes es no hacer mención explícita, detallada, del crónico déficit habitacional de enormes áreas de los suburbios de Buenos Aires, y de todo el territorio de la Argentina.

A diferencia de un docudrama de excelencia como Elefante blanco, testimonial ejemplo de Pablo Trapero, Errantes parece obviar las dudas y los sentimientos ambivalentes de todo un conglomerado humano involucrado en una situación de desamparo bajo un gobierno que elige mirar hacia otro lado cuando se trata de cubrir, más que paliar con una curita, las necesidades básicas de los más desposeídos.

Sin ser un avezado conocedor de la profunda realidad cotidiana de los habitantes del Elefante blanco (proyecto de hospital modelo de Sudámerica truncado por contigencias políticas), Elefante blanco toma partido y se involucra sin caer en el partidismo fácil. La Matanza, el distrito poblacional y electoral más grande de la Argentina luego de la ciudad de Buenos Aires, se erige, entonces, en emblema de lo posible y de lo que hay, de los proyectos posibles que chocan contra un muro cruel e insalvable.

Errantes se ubica en el otro extremo de la ecuación: todo es posible en tanto haya unión, solidaridad y una meta clara. Pero al epílogo del film le falta una pieza clave: la suerte corrida por los habitantes de La Lechería, que en tres breves o larguísimos años, según se lo mire, puede haber virado 180 grados o empeorado en proporciones geométricas. El documental, como género, cumple loables funciones tales como registrar una realidad para el presente, pero proyectada, necesariamente, hacia un futuro, hacia la mirada más distante, no menos involucrada pero ciertamente más objetiva, de sociólogos, historiadores y analistas políticos.

En este sentido, con sus aciertos y descuidos pero con un fuerte compromiso, Errantes hace caso omiso de otras voces y se transforma, por momentos, en un discurso unilateral sin lugar para el debate. La realidad se impone por peso propio, el documental pareciera decir, pero la adopción o rechazo de una postura política queda a criterio del espectador y de su capacidad de discernimiento.