Errante

Crítica de Luciano Monteagudo - Página 12

"Errante", un viaje a lo inasible

En su debut como directora, la fotógrafa registra los ciclos del inhóspito Círculo Polar Artico. Paradójicamente, la ausencia de figuras humanas nunca le resta humanidad.

Quizás ninguna experiencia más singular, más extrema pueda encontrarse en el cine argentino que la de Errante, el primer largometraje documental de Adriana Lestido, fotógrafa extraordinaria que ahora da un salto hacia el cine con el mismo rigor y la misma severa, exigente belleza de su obra previa con imágenes fijas.

Producto de sus viajes en soledad al Círculo Polar Artico entre 2019 y 2020, Errante propone una travesía hacia un horizonte desconocido que no es tanto el de esa región remota como el de un paisaje interior. Porque en Errante Lestido asume el gesto del pionero, de aquel que se atreve a internarse en terra incognita. Pero sobre todo asume la poética de los románticos, que veían en la naturaleza la posibilidad de conectarse con el mundo espiritual. Realizado en las condiciones más arduas, Errante es –esencialmente- un viaje introspectivo.

En su magnífico libro de fotografías Antártida negra (2017), Lestido ya había iniciado la primera parte de este viaje hacia las antípodas, que ahora completa y profundiza el film Errante. De un polo al otro, Lestido sale con sus cámaras en busca del universo sensible para intentar encontrar una unidad de sentido, una dialéctica que en su síntesis la devuelva a su origen primigenio.

No por nada entre las varias citas que van pautando el film –textos de Murakami, Spinetta, Frigyes Karinthy y Theodor Kallifatides que acompañaron a Lestido en sus viajes- sobresale casi hacia el final (es la nota más extensa) una de la escritora argentina Liliana Bodoc, que dice: “La magia me autoriza a desobedecer y a morirme en la paz de los que saben que la piel es un límite impreciso. Y que tras la apariencia del final hay un ciclo de ave, tierra, niño, tortuga, dátil y mujer de nuevo. ¡Y qué! La magia me autoriza a no tomarme en serio que soy un individuo único, irrepetible, piel adentro. Prefiero acercarme a cada ser, la magia me autoriza. Y ya muerta, llegar a la tortuga, al alacrán, al risco, como quien vuelve a casa”. No por nada el film lleva como subtítulo “la conquista del hogar”.

Ese carácter cíclico que evoca el texto de Bodoc está presente también en la estructura narrativa del film, organizado en cinco capítulos que informan de los registros de Lestido durante las distintas estaciones del año hasta volver en el quinto nuevamente al comienzo, que significativamente es la primavera. Algo de sol asoma allí en ese universo gélido, barrido por vientos feroces, pero impresionan en particular esos magmas que emergen de la tierra, esas aguas que parecen entrar en ebullición junto con el renacer de la naturaleza toda.

A esa violencia literalmente física, a la furia de los vendavales y las trombas le sigue la paz y el silencio que preanuncian la llegada del verano, cuando las aguas se aquietan, la naturaleza se apacigua y asoma el verde en las costas, junto con algunos pocos animales. El otoño en cambio trae paisajes post-apocalípticos. Si al comienzo se había vislumbrado apenas alguna cabaña iluminada, aquí en cambio, en grandes planos generales (que son los que Lestido privilegia), se ven recostadas contras las montañas unas fábricas y complejos habitacionales, pero que están a oscuras y parecen desiertos. Unas hamacas herrumbradas hacen pensar lo impensable: que allí alguna vez haya sido o sea posible la existencia de niños.

La figura humana está elidida, del todo ausente en Errante, pero paradójicamente eso no le resta humanidad al film, porque Lestido es capaz de encontrarla dentro de sí misma, en su poema visual y sonoro, que alcanza su apogeo durante el invierno, cuando al paisaje ya blanco por completo se suma el espectáculo de las auroras boreales, con su despliegue cósmico de luces y reflejos.

Los cinéfilos buscarán encontrar, en vano, alguna experiencia previa similar a la de Errante, quizás en la de ese viajero extremo que alguna vez fue Werner Herzog, o en ese estructuralista abstracto que es James Benning (particularmente sus films Ten Skies o 13 Lakes), pero son referencias que no llevan a ninguna parte. Si a algo del cine previo se parece Errante es al de Peter Mettler, más precisamente a Picture of Light (1994), donde el director canadiense también partía en la noche oscura y fría hacia el Norte (“hacia donde señalan todas las brújulas”, como dice la cita de Karinthy) en busca de ese fenómeno inasible que es la aurora borealis.

Ahora Lestido, como entonces Mettler, también llega al final del camino y cuando lo encuentra continúa de frente, sin vacilar.