Érase una vez un genio

Crítica de Jose Luis De Lorenzo - A Sala Llena

EL PLACER DE ESTAR CONTIGO

El cine de George Miller quedó atrapado/encasillado dentro del universo de Mad Max y sus secuelas -analogía mediante luego de ver este film- al igual que el genio dentro de la botella o lámpara de la que no puede salir.

El género de la ciencia ficción es su especialidad aunque probó con otras opciones: su panfleto ambientalista en Happy Feet, la simpática fábula Babe (que abrió el camino para concretar la admirable, grotesca y por demás negra Babe 2) y hasta una declaración de lucha contra un sistema, el medicinal/farmacéutico, en Un milagro para Lorenzo. Sin embargo, el público masivo no pudo desligarlo de las aventuras postapocalípticas del guerrero de la ruta, por lo que no extraña que se decepcione frente a toda obra de su autoría que no se trate de otra nueva Mad Max. Miller lo tiene presente, ya está anunciada a estrenarse la precuela de Mad Max: Fury Road centrada en el personaje de Furiosa.

Sin embargo, con Three Thousand Years of Longing, he aquí Miller dándose otro de sus gustos personales, el partir de una fábula o fairy tale (en este caso considerémosla adulta) basada en “The djinn in the Nightingale’s Eye” de A.S. Byatt. Nada más alejado de la hasta ahora y ya mencionada cuadrilogía de Mad Max, algo que quizás el espectador debería saber de antemano para no llevarse una desilusión magnánima.

Three Thousand… comienza como una especie de mezcla entre The Fall, Los hermanos Grimm y por qué no The Princess Bride. Como en “The djinn…”, se parte de la historia de un genio que concede tres deseos a quien frotó la lámpara (en este caso una botella). Vuelta de tuerca mediante, tenemos la narración de tres historias que permiten entrever la esencia del personaje del djinn o genio, y una historia troncal que no es más que un clásico relato de amor.

La Dra. Alithea Binnie (Tilda Swinton), una académica un tanto pacata, especialista en narratología, mitología y ciencia (en resumen, con profesión de “estudiar historias”), viaja de Londres a Estambul para dar una conferencia en una convención y en medio del escenario palidece, se desmaya frente a las visiones que comienza a tener, producto de una especie de premonición que devela un desafío.

En su paso por el Gran Bazar, Alithea adquiere una botella singular. Es la que al estar en su habitación de hotel frotará y así permitirá la eventual aparición del genio (Idris Elba).

Lo novedoso que presenta la experta Alithea frente a cualquier otro mortal al que se le concedan tres deseos, es que todo lo que se le dé por regalado o concedido traerá aparejado algo raro o sospechoso, algo que puede originar un beneficio y a la vez un mal mayor. Cuestión por la cual Alithea decide sorpresivamente rechazar la oferta.

El conflicto es que el djinn, quien pasó tres mil años dentro de una botella para poder salir y volver a ser mortal como cualquiera de nosotros, necesita indefectiblemente cumplirle los tres deseos a su amo/a. Algo que no pudo concretar y lo tuvo aislado y recluido en la botella por esos miles de años. Djinn necesita su libertad. Allí es cuando se superpone, luego del extenso relato en off del genio, una engorrosa y apuntalada historia de amor, un tanto maniqueista y sobre la que, al igual que la protagonista, terminamos dudando como espectadores: ¿Amor real o simplemente una estrategia del genio para poder lograr su cometido?

En consecuencia, Alithea vuelve a creer en ese sentimiento que tenía reprimido y el film instantáneamente comienza a convertirse en un panfleto cursi repleto de reflexiones sobre la soledad y el amor, una lámpara que Miller no debería haber frotado.