Entre dos mundos

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

El amor, en sus muchas facetas

Hace apenas unos días se estrenó en nuestro país Una semana y un día, una gran película de Israel, país con una producción cinematográfica que en los últimos años se ha tornado muy interesante y de la que sabemos bastante poco. Por eso, en el marco de una cartelera comercial copada por las producciones de Hollywood, la llegada de Entre dos mundos es un dato para celebrar.

La historia que cuenta este film emotivo y de muy bajo presupuesto (apenas 250.000 euros) rodado en Jerusalén es realmente dramática. Un joven de una familia judía ortodoxa decide no seguir los mandatos religiosos que quieren imponerle sus padres y se aleja de ellos. El reencuentro no será para nada feliz: sabrán de él luego del ataque de un terrorista que lo deja a un paso de la muerte. Cuando llegan al hospital donde permanece inconsciente, se cruzan con una chica árabe de cuya relación con su hijo ni siquiera sospechan. En las tensiones de ese encuentro están resumidas las dificultades cotidianas de una región del mundo que vive en conflicto permanente.

Cuando los preceptos religiosos separan a la gente en lugar de unirla, vale la pena revisarlos. Pero los padres de Oliel, convencidos de que es una voluntad divina la que rige los destinos del mundo, no parecen dispuestos a hacerlo. Es esa jovencita desconocida la que los incomoda con una verdad irrefutable: al abandonar la idea de que un Dios todopoderoso digita lo que nos ocurre, empezamos a ser enteramente responsables de nuestros actos.