Enterrado

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

Las resonancias de una caja

Esta asombrosa película del joven director español Rodrigo Cortés nos sumerge -con mucho ingenio- en la atávica pesadilla del miedo ancestral al enterramiento en vida. Se narra en tiempo real, en un único decorado y con un solo personaje: un joven camionero norteamericano, que ha estado trabajando como empleado para una empresa civil en Irak y, luego de una emboscada, despierta en el interior de un ataúd a dos metros bajo tierra.

Partiendo de la difícil premisa de no mostrar más allá del interior de la caja-cárcel, no se apela a ningún flashback, ni al montaje paralelo para mostrar el afuera. Y es ahí es donde el desafío de narrar cinematográficamente se vuelve apasionante. El plano detalle busca infinitas variaciones mediante la luz y las texturas; la cámara inicialmente fija (con una opresiva angulación de apenas 90 grados), va cambiando de acuerdo a una rigurosa planificación.

Luego del miedo primario e irracional, viene la admirable y titánica lucha del protagonista por la sobrevivencia. Cuando éste se estabiliza emocionalmente, poco a poco la cámara empieza a moverse. Primero de forma lenta, hasta que llega un momento en que se libera y aparecen incluso travellings.

Otras soledades

No hay muchos objetos, pero hay uno que es fundamental: un celular que le permitirá al protagonista relacionarse con el exterior y superar momentáneamente la opresiva atmósfera de calor, polvo, sangre y oscuridad. A través del aparato (de batería agotable) aparecerán personajes a partir -exclusivamente- de la voz.

Lo que no se muestra pero se escucha, al otro lado de esa línea telefónica que separa dos ambientes antagónicos (Caja/Mundo), conduce hacia un proceso de auto-descubrimiento que no está evidenciado de forma obvia: la relación con su familia (madre, esposa, hijo), su lugar en el trabajo, en la vida. La película empieza a tientas con un personaje del que no sabemos nada y acaba con un universo entero revelado en esas estrechas paredes. La película tiene un contexto que la rodea y la lleva más allá del entretenimiento bien hecho: la presencia de unos procesos burocráticos kafkianos y un marco sociopolítico actual (las secuelas de la guerra de Irak, el terrorismo como negocio, la deshumanización, los daños colaterales).

El aislamiento no sólo es físico, sino que sirve para confirmar o darse cuenta de otras soledades. El gran enemigo del protagonista, más que la falta de oxígeno, la oscuridad o los peligros adentro de esa caja, es el laberinto de la burocracia, ese mecanismo impersonal, inflexible, generado por el mundo civilizado.

Sarcasmo y emociones

Párrafo aparte para el actor Ryan Reynolds, quien le insufla al personaje una credibilidad con la que el espectador empatiza desde el primer momento: un hombre común, trabajador civil, sin dinero, que ha ido a Irak con la promesa de mejorar económicamente. El actor transmite la voluntad de vivir, la rabia y hasta un humor negro y mordiente.

En la lista de profundos sarcasmos que encierra la película se destaca el enorme protagonismo del teléfono móvil. Diseñado para facilitar las conexiones, termina evidenciando una profunda incomunicación, al punto que estar en esa caja en mitad del océano o del desierto resulta una pesadilla parecida. También la banda sonora, que está muy trabajada desde el silencio y graves notas subterráneas, hasta la épica sinfónica del final, cuando estalla con una canción final que trata de crear el contraste de un optimismo incongruente (casi una percepción irónica de lo experimentado), porque la letra habla de todo lo que no es la película: de praderas infinitas, de cielos azules, de soles radiantes, de montañas altas, de mares inabarcables.

Resonancias irónicas, a propósito de un film que se caracteriza por situarse -de buena ley- en la otra cara del optimismo y con una tensión claustrofóbica extrema. La forma de contar sienta precedentes en las posibilidades de los movimientos de cámara, la iluminación, la música y los sonidos, que se integran como un todo orgánico que respira, suda y sufre tanto como el protagonista. Fisicidad y emoción que también envuelven al espectador, quien se queda con la sensación de haber jugado una abrumadora pulseada contra el tiempo.