Enterrado

Crítica de Marina Yuszczuk - ¡Esto es un bingo!

Si usted fue secuestrado por un terrorista, marque 1

Y si usted, querido lector, tiene celular, es posible que vaya a ver Enterrado y se identifique con lo que pasa en la pantalla. Si no tiene celular, pero alguna vez tuvo que llamar a algún call center y se perdió en los vericuetos de marcar internos, de llamadas en espera, de ser derivado de una persona inepta a otra persona más inepta todavía sin que ninguna sepa cómo solucionar el problemita en cuestión pero todas tengan algo para decir al respecto y sobre todo, sobre todo, decirle que se quede en el molde y que están “haciendo todo lo posible”, también. Se sentirá identificado. Importa poco que usted no sea un camionero que trabaja en Irak para una empresa norteamericana y que a usted no lo hayan enterrado en un cajón bajo las arenas del desierto para pedir cinco millones de dólares como rescate.

Porque ésas son pequeñas minucias que importan bastante poco en la película: de lo que se trata es de jugar a un juego medio experimental, medio vanguardista. ¿Dale que hacemos una película donde un tipo se pasa una hora y media encerrado en un cajón, con sólo un celular y un encendedor? Dale. Y que sea realista, sobre todo que sea realista. Pantalla en negro cuando el personaje apaga el encendedor, jadeos, asfixia, luz amarilla para la llamita del Zippo, azul para la pantalla del celular, transpiración y resecamiento progresivo de los labios de Ryan Reynolds cada vez más marrones, drama. Sólo que el montoncito de detalles que hacen la realidad de esta cosa real, hasta tal punto son minucias, que los cinco millones al rato se reducen a uno por cansancio del secuestrador, las luces se multiplican por el hallazgo de una bolsita que contiene luz química, la petaquita mínima con que el enterrado se hidrata como loco, derramando más de la mitad del contenido en sus propios cachetes, se hace barril sin fondo cuando aparece una serpiente y el contenido se vuelca en el piso para prenderlo fuego y alejarla.

Y eso, por no hablar del cajón. El cajón es el espacio en esta película. Pero está hecho de una madera rara, se expande como Alicia en el país de las maravillas, las paredes se ensanchan para permitir que la cámara se aleje, y la cámara, la cámara…tan pero tan presente está, que en un momento hace de lo que parecía una subjetiva del personaje un paneo de 360 grados, como para que veamos bien que el cajón es un cajón y es todo todo de madera. Al final, ya no se entiende mucho por qué Ryan Reynolds está tan apretado si el cajón es enorme, por qué se desespera tanto si la batería y el crédito de su celular son infinitos, lo mismo que el aire dentro del cajón, lo mismo que el alcohol que hay en la petaquita. Lo mismo que el cajón, en el que caben todas las arenas del desierto, porque desde el momento en que se rompe y la arena se empieza a filtrar por entre medio de las tablas y los diez minutos siguientes, entran fácil tres o cuatro volquetes, y Reynolds todavía tiene lugar para respirar tranquilo. Y como adentro del cajón todo es tan aburrido fuera de los chistecitos telefónicos (sólo faltaba que llamara alguno para ofrecer un modem), hubo que agregar: esposa que no atiende el celular, vocecita del hijo, madre amnésica, secuestrador que pide al secuestrado que se corte un dedo, asesinato por video, maquiavélica maldad de la empresa que lo llama para “desvincularlo”, etc. etc.

Actividad paranormal era una porquería, pero, salvo el tan mentado final carísimo agregado por Spielberg, era más o menos consecuente con su propia regla. Enterrado, en cambio, se propone como realista pero se saca de encima el verosímil con una facilidad inconsistente que hace pensar “a éstos no les importa nada”. ¡Ah! Pero en una de esas lo más importante es que pone en escena, ejem, digamos, haciendo un poco de fuerza, “el drama de un hombre común envuelto en un conflicto internacional del que se vuelve víctima para descubrir, via telefónica, que a los poderes no les importa nada”, ejem otra vez, “la vida del individuo”. Bueno, eso es lo que hubiera dicho –con menos solemnidad- si estuviera loca y me pudiera tomar en serio esta película. En una de esas hay que cambiar el eje de lectura y proponerla como una reflexión interesante y actual sobre los infortunios del usuario telefónico, porque cuando se trata de llamar a Claro o Movistar para reclamar algo, todos somos Enterrado. ¿Ok?