Enter the Void

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Perdidos en Tokio

Gaspar Noé y un alucinante viaje entre drogas y dolor por la noche.

Gaspar Noé hace de la provocación una manera de filmar. O, si se quiere, su manera de filmar es provocativa. Alejándose del esquema narrativo de Solo contra todos , su opera prima, y del relato contado desde el final hacia el comienzo en Irreversible , ahora en Enter the Void vuelve con su cámara giratoria, grúas increíbles y tomas supinas (con la cámara encuadrando desde lo más alto) para contar una historia pequeña en cuanto a la trama, que demanda 160 minutos de la atención del espectador.Como siempre, las relaciones familiares son troncales, sean padre e hija, pareja o, como aquí, hermano y hermana. En una Tokio nocturna, Oscar es un joven dealer, que consigue una cantidad de dinero como para invitar a su hermana, bailarina de caño, a Japón. La cosa no empieza bien, ya que en una entrega frustrada Oscar termina con un balazo en un baño de un nightclub.Y como de niños, cuando sobrevivieron un terrible accidente automovilístico en el que sí murieron sus padres, se prometieron “nunca dejarnos”, “nunca jamás”, el alma de Oscar deambulará y sobrevolará la ciudad, siguiendo a Linda.Lo de la provocación y el efectismo vienen no tanto del despliegue técnico (un soberbio manejo de cámaras e iluminación, extensos planos secuencia, todo creando un ambiente entre ominoso y opresivo) sino de las escenas de sexo ¿real?, la práctica de un aborto con el cuerpito luego en primer plano y el plano de un pene ingresando en una vagina visto “desde adentro”.Entre viajes alucinógenos, producidos por ácidos, DMT y otros químicos, la película es como un tour por el Planetario. Algunos verán un filme visionario; otros, una reflexión sentida sobre un (sub)mundo real, contado sin tapujos en un ritmo trepidante. Y otros huirán despavoridos.Personajes en posición fetal, mucha oscuridad, sexo sin placer y un gusto por lo circular que se aproxima a la obsesión: un cóctel explosivo, pero para pocos.