Enseñanza de vida

Crítica de Paola Simeoni - ¡Esto es un bingo!

Sospecha

Nuestro cerebro cinéfilo (lloren modernos y postmodernos) es maniqueo. Nos sentamos a ver una película y no nos tranquilizamos hasta saber quién es el bueno y quién es el malo. Todos necesitamos solidarizarnos con el héroe o simpatizar oscuramente con el villano, y para eso queremos establecer qué personaje se para del lado oscuro y cuál del lado luminoso en una película.

Enseñanza de vida (traducción al castellano medio pelo del más sobrio An education, tal como se la tituló en inglés) juega con estas necesidades conservadoras y nos hace burla, porque nos pasamos palpitando una vil traición que, cuando aparece, no resulta tan condenable porque ni la víctima es tan inocente ni el victimario tan crápula.

La historia es simple: en la Inglaterra pre-hippie de los 60, Jenny (Carey Mulligan) pinta para cerebrito. Se prepara para hacer los exámenes de admisión a la Universidad de Oxford, toca el chelo, estudia latín, entiende los clásicos de la literatura británica, en fin, es el orgullo de padres y docentes. Hasta que un buen día se le cruza un señor 20 años mayor y la deja deslumbrada. El señor es encantador y promete mostrarle lo que es la buena vida que, al parecer, no se condice con el futuro brillante que le auguraban a la joven.

Suspicaces, entonces, identificamos al malhechor de la historia, el personaje que encarna Peter Sarsgaard es simpático, caballeroso y elegante, pero tiene algo de siniestro. Sin duda, decimos, es el lobo disfrazado de cordero esperando el momento indicado para hincarle los dientes a caperucita. Pero ese momento tarda en llegar, cuando creemos que por fin va a mostrar la hilacha resulta que no, que el hombre se porta bien. En An Education sobrevuela el espíritu de Suspicion de Hitchcock donde Cary Grant interpretaba a un Don Juan al cual adoramos y de quien desconfiamos en proporciones idénticas. La idea es similar, el seductor de esta película no sube las escaleras con un brillante vaso de leche presumiblemente envenenado, pero hace regalos en lindas cajitas y lleva a la dama de paseo romántico a París, todos posibles anzuelos hacia la perdición.

El guión escrito por el formidable Nick Hornby es juguetón pero riguroso. De a poco, vamos viendo que la chica no es tan inocente y el galán no es tan maduro y manipulador. Cuando esperamos que la menor sea seducida y abandonada, de pronto descubrimos que es ella quien impone las condiciones de su debut sexual y el señor las respeta, incluso él se muestra más infantil y nervioso ante la prueba. Jenny crece de golpe, se comporta como una mujer que sabe lo que quiere y cómo lo quiere, y su novio en cierto modo se somete y la complace.

Ahora si estamos desconcertados, ¿dónde nos paramos? Solamente algo sensorial nos pone en alerta. Los actores están tomados en persistentes primeros planos y la pantalla grande del cine nos muestra claramente las arrugas de él y la piel nueva y con algunos granitos de ella. En esas caras, ya gastada una, radiante la otra, hay algo que nos habla de la madurez y nos mantiene en guardia y sospechando. Imágenes y conductas se contradicen y no sabemos qué pensar.

No vamos a anticipar el final, basta con decir que la película, casi llegando a la meta se viene abajo, pero quizá sea demasiado pedirle que llegue a la estatura del antecedente hitchcockiano. Las cosas terminan con una enseñanza moral un poco trucha pero ya no nos importa, porque hasta este derrumbe, la trama nos mantuvo con nuestros cerebros maniqueos vacilantes, cumpliendo con su cometido. Bien podemos resignarnos a final gris cuando por bastante rato nos pasamos desesperados por encontrar dónde estaban los blancos y dónde los negros.