Ennio, el maestro

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

"Ennio", la música como invitación.

En un documental de formato clásico, la figura del maestro Morricone se sintetiza de un modo que, inevitablemente, lleva al deseo de volver a ver varios títulos históricos.

profesional con el célebre compositor y director de orquesta comenzó con la exitosa Cinema Paradiso, opta por la transparencia de los datos duros, las anécdotas y la celebración.

Pat Metheny, Clint Eastwood, Quincy Jones, Dario Argento, Bernardo Bertolucci, Quentin Tarantino, John Williams, Wong Kar-wai. Apenas algunos de los nombres que participan del proyecto con recuerdos personales y apreciaciones musicales. Pero todo comienza con Ennio, haciendo un poco de ejercicio físico en su piso romano antes de sentarse frente a la cámara de Tornatore. ¿Por dónde comenzar? Por el comienzo, con el niño Morricone aprendiendo a tocar la trompeta junto a su padre músico de jazz; y un poco después, cuando ingresó a la prestigiosa Academia Nacional de Santa Cecilia a estudiar composición musical bajo el tutelaje de Goffredo Petrassi.

El hecho de que Morricone abandonara en gran medida la música “seria” por las bandas de sonido cinematográficas –territorio en el cual rápidamente se transformaría en uno de los nombres más solicitados de la industria– atraviesa los 156 minutos de metraje y ofrece indirectamente un ejemplo de la eterna dicotomía entre el arte alto y el bajo. Cerca del final, el protagonista admite que le llevó décadas aceptar su lugar en la historia de la música y olvidar lo que durante bastante tiempo consideró como una suerte de parricidio, de la mano de un pulsante complejo de inferioridad.

De sus primeros esfuerzos como arreglista en la discográfica RCA a los inicios como compositor para la pantalla grande. Y el salto cualitativo y de popularidad con la banda sonora de Por un puñado de dólares, de Sergio Leone, ejemplo de esa originalidad y excentricidad sonora que lo seguiría acompañando en una parte importante de su obra. Proteico y singular, otras zonas creativas correrían por carriles más sinfónicos, por un lado, y experimentales por el otro, como lo demuestran sus primeros trabajos junto a cineastas como Elio Petri, Dario Argento y Bertolucci (verbigracia: las composiciones para I pugni in tasca).

La gran pregunta que se hace el espectador, y también varios de los participantes del documental, gira alrededor de la cuestión de si muchas de esas películas –de Érase una vez en el Oeste a Investigación de un ciudadano sobre toda sospecha; de Cinema Paradiso a La misión– serían las mismas sin sus aportes musicales. La respuesta no sorprenderá a nadie con algo de sentido común. Además de ser un festín para los oídos y ofrecer una gran cantidad de información general y particular, Ennio, el maestro tiene otra virtud elocuente: abrir de inmediato el apetito cinéfilo. Es imposible salir de la sala sin el deseo irrefrenable de querer (re)ver todas las películas visitadas.