Encanto

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

LA FANTASÍA POR ENCIMA DEL DISCURSO

Debo admitir que Lin-Manuel Miranda no me causa mucha simpatía, básicamente porque lo veo como la versión latina de Oprah Winfrey O Tyler Perry: alguien que le dice al Hollywood blanco y biempensante exactamente lo que quiere oír, porque al fin y al cabo quiere ser siempre parte de la fiesta. Al menos eso es lo que me transmitía con, por ejemplo, su buenismo de manual en el papel de reparto que le tocaba en El regreso de Mary Poppins o en su armado creativo para ese bodoque repleto de corrección política llamado En el barrio. Pero también es cierto que es un compositor astuto e inventivo, que sabe alimentarse de distintas vertientes para sus obras musicales, como lo prueba You´re welcome, esa maravillosa canción interpretada por Dwayne Johnson en Moana: un mar de aventuras.

Toda esta introducción viene a cuento de que Encanto es, en muchos aspectos, una película de Miranda, por más que no figure a cargo de la dirección y solo sea co-autor de la historia original, ya que su rol como encargado de la música original lo pone en un lugar decisivo. Además, la película refleja en buena medida su punto de vista sobre el mundo, además de sus preocupaciones temáticas y hasta estéticas: estamos ante un relato donde todo gira alrededor de lo familiar y lo comunitario; donde los colores y movimientos, pero también ciertos diálogos puntuales, son una herramienta relevante para expresar los conflictos; y en donde las canciones tienen un sesgo casi ideológico a partir de cómo enuncian lo que les pasa a los personajes. Pero, esta vez, la mirada de Miranda se hace mucho más llevadera, en buena medida gracias a que aparece incorporada dentro de un mundo que se asume como fantástico, juguetón y hasta un tanto telenovelesco.

El film sigue a los Madrigal, una familia que vive escondida en las montañas de Colombia, en una casa con propiedades mágicas, en un lugar conocido como un Encanto. Todos los integrantes de la familia están bendecidos por poderes extraordinarios, que van desde la súper fuerza hasta la sanación, pasando por la capacidad de escuchar hasta el más mínimo murmullo. Con una excepción: la joven Mirabel, que no obtuvo ningún poder pero que empieza a detectar señales de que la magia que protege al pueblo y sus seres queridos corre grave peligro, por lo que se embarcará en una carrera contra el tiempo para impedir que se concreten los peores augurios. Desde ahí es que la narración presenta una batalla donde confluyen lo sobrenatural, los secretos familiares, los deberes y legados, con los lazos afectivos como eje conflictivo.

Si Mirabel es una heroína que se inscribe en una línea similar a la de películas recientes como Moana, Frozen: una aventura congelada o Enredados -decididas, autónomas y que chocan con los mandatos familiares o tradicionales-, no llega a brillar tanto como sus predecesoras porque su sostén narrativo no tiene tanta solidez. Encanto es una película que cae en algunas discursividades redundantes, como si no terminara de confiar del todo en su imaginario y se viera obligada a remarcar los dilemas desde el habla o las canciones. Pero, a cambio, es un film que, cuando se deja llevar por la intriga de su argumento y la belleza estética de su mundo, cobra un vigor realmente atractivo: la utilización de colores y sonidos, más ciertos pasajes específicos de humor y musicalidad, capturan por completo la atención del espectador. Desde ahí es que no solo logra divertir y entretener, proponiendo un universo concreto y a la vez expansivo -en particular desde su uso plástico del espacio-, sino también conmover en los minutos finales, incluso sobreponiéndose al apuro en algunas resoluciones.

Si bien Miranda todavía no ha logrado congeniar sus ideas visuales y su ideología con toda la solidez requerida, Encanto parece indicar un camino posible. Un rumbo donde la animación y los ritmos musicales se dan la mano para explorar y subvertir tradiciones sin dejarse abrumar por los requerimientos de la corrección política y los reclamos de representatividad. Parece que, para Miranda, cuanto menos “realismo” y más fantasía, mucho mejor.