En trance

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

Un rompecabezas para el diván

Danny Boyle asume el relato de un thriller en el que el robo de una obra de arte deriva en una trama compleja de sello psicologista. En trance propone una mezcla de elementos que conducen a un enigma pero el rumbo va cambiando de objetivos, con la habilidad del director para retratar realidades paralelas y simultáneas.

James McAvoy es Simon, un subastador de bellas artes, que integra una banda de delincuentes. El gran atraco tiene como blanco el cuadro de Goya Noche de brujas, pero el plan sufre alteraciones y Simon recibe un golpe en la cabeza. La amnesia funciona como excusa para relacionar a los hampones liderados por Franck (Vincent Cassel) con Elizabeth, la psicóloga especialista en hipnosis, rol que desempeña con actitud omnipresente Rosario Dawson.

James McAvoy conduce al espectador por los recovecos de los deseos, recuerdos e impulsos más primarios de Simon, intervenidos por Elizabeth. Mientras, Cassel ofrece las mutaciones de Franck, un tipo sádico que también queda atrapado en su costado más vulnerable.

En trance suena pretenciosa cuando intenta reducir la anécdota al pasado cercano de Simon y para ello va forzando interpretaciones. El relato avanza trabajosamente entre juegos de realidades de distinta intensidad. Simon recupera un recuerdo clave que revela su verdadero secreto, pero el truco se vuelve confuso.

A la manera del recurso del deus ex machina (solución ‘mágica' que resuelve cualquier embrollo), el guión recibe varios golpes de efecto poco creíbles. James comparte progresivamente el protagónico con Cassel y Rosario Dawson. El actor tiene la capacidad de crear la ambigüedad necesaria para que Simon sea víctima y victimario a la vez. El problema está en el giro que toma la terapia. La relación de poder define el juego. La terapeuta maneja la hipnosis y manipula los resultados. Lentamente, va quedando atrás el tema del cuadro robado. El hecho es signo de otra cosa.

En trance ofrece momentos de suspenso malogrados por el tufillo esnob del relato, con demasiados elementos en ese rompecabezas. El operativo comando se reduce a sesiones de diván e implicancias que están fuera del campo del espectador. El director y Elizabeth son quienes más saben. En el relato se resignifica el rol de la bruja, que no vuela ni necesita un caldero humeante para hacer arder las conciencias enemigas.