En primera plana

Crítica de Fernando López - La Nación

Un rompecabezas apasionante

En un cine que suele privilegiar el vértigo y basar su atractivo en la repetida sucesión de impactos, En primera plana puede ser considerada toda una rareza. Aquí la dinámica del relato -cuya sustancia se concentra precisamente en el desarrollo de una investigación- no depende de los avances bruscos e inesperados, ni de los golpes de efecto, ni de los giros sorpresivos. Cierto es que no hay en este caso una incógnita por dilucidar -la pesquisa no se dirige a desentrañar hechos o señalar responsables-, sino a indagar en cómo se desarrolló el proceso que condujo a su desenmascaramiento por un equipo periodístico que no bajó los brazos a pesar de las barreras de todo tipo que debió superar. El tema es el de los abusos cometidos en el seno de la Iglesia Católica y lo que el film examina es precisamente la laboriosa, paciente y perseverante tarea de investigación desarrollada por un equipo del diario The Boston Globe que en 2001 decidió, impulsado por un nuevo editor, retomar hasta su esclarecimiento definitivo un asunto grave cuya pista había desistido de seguir 25 años atrás (a lo que se alude en el breve prólogo). Es decir que para los lectores del periódico (como para los espectadores de la película) el tema no era ignorado: en esas mismas páginas se había dado cuenta de casos de abusos, aunque después la cuestión no había merecido mayor ahondamiento, con lo que se había acallado cualquier escándalo potencial.

La indagación que condensa el admirable guión de En primera plana apunta en esas direcciones: busca exponer detalladamente cada aspecto de la lenta, compleja y prolongada investigación que demandó un largo año de trabajo a los cuatro integrantes del equipo de prensa (tres hombres y una mujer) sin que durante todo ese tiempo se publicara una sola línea en sus páginas (la decisión sobre el momento oportuno para dar a conocer el fruto de esa tenaz búsqueda de la verdad da origen, por ejemplo, a una de las muchas escenas sustanciosas que contiene el film), al tiempo que indaga en la red de ocultamientos de la que participan, según se señala con lucidez, además de la institución afectada directamente por los hechos, muchas otras igualmente representativas de la comunidad. Esa política de silencio, como es de público conocimiento, se extendió a escala global, mucho más allá de Boston y del estado de Massachusetts y del inesperado número de casos que el trabajo de The Boston Globe, distinguido con el premio Pulitzer, contribuyó a destapar.

En más de un sentido el film de McCarthy evoca Todos los hombres del presidente, de Alan J. Pakula, y descarga similar adrenalina, si bien no hay aquí un Garganta Profunda y casi no asoman las que se conocen como escenas de acción, todo se dirige a mostrar la ajetreada labor cotidiana de los periodistas. La tensión no crece a fuerza de impactos, sino apoyándose en el progreso de la investigación, no hay protagonistas excluyentes y éstos -que no son héroes, sino ciudadanos comunes movidos por la indignación y profesionales comprometidos con su tarea y están animados por un elenco perfecto- comparten casi un segundo plano, aunque bastan algunas pinceladas para definir sus caracteres. Pesan en la medida en que cada uno hace su aporte al avance del trabajo, que es constante y fluido y transcurre en oficinas y archivos sin que el nervio decaiga.

En el centro está el progreso de la pesquisa, que es como el lento, paciente armado de un rompecabezas. Cada pieza importa; ninguna es la decisiva o todas lo son. McCarthy expone el trabajo de un equipo y adopta su ritmo (sostenido, perpetuo), como si todo lo que importa en el film se desarrollara en un segundo plano, en el encadenamiento de las informaciones, los testimonios que se recogen, en lo que se infiere y se deduce; en las hipótesis y teorías que van iluminando zonas oscuras y haciendo lugar a nuevas vías de investigación, en los tropiezos que levantan nuevas barreras y hacen más dificultoso el avance o exigen nuevos rodeos.

Lo apasionante de la investigación -y del film entero- reside en que el "enemigo" que se enfrenta es el silencio, el disimulo, los velos que desde distintas caras del poder se imponen en el camino a la verdad y que a veces tienen que ver con los propios condicionamientos, como sucede con el personaje de Michael Keaton. Y la verdad, el único, fundamental objetivo que se busca.

El elenco es, claro, puntal decisivo de este film palpitante, obra de un equipo que no admite desequilibrios en ninguno de sus rubros.