En los 90

Crítica de Nicolás Feldmann - Proyector Fantasma

La personalidad inquieta de Jonah Hill hacía pensar que no iba a pasar mucho tiempo para que decidiera ponerse en la silla de director, al frente de una película propia. El actor – más ligado a sus papeles cómicos en Superbad (2007), 21 Jump Street (2012) o Wolf of Wall Street (2013), entre otras cuantas – siempre tuvo interés por el trabajo detrás de cámara; y es por eso que sus aportes como guionista, tanto como su incursión en papeles más serios como para la serie original de Netflix, Maniac (2018), podían ser parte del proceso que desencadenara en este debut tan auspicioso como lo es Mid 90’s.

Lejos del estilo divertido y ocurrente que le dio un lugar en Hollywood, En los 90’s es en su estética de VHS indie un coming of age más hermandado con la Lady Bird (2018) de Greta Gerwig o The Florida Project (2017) de Sean Baker, que con las participaciones con Seth Rogen. Una especie de memoria sobre Los Ángeles de la década del 90’, con el grunge en todas las radios y la cultura skater en pleno auge, que marcan una mirada personal y reflexiva (casi documental) del pasaje a la adolescencia y todo lo que eso conlleva.

La secuencia inicial del film ya nos predispone a la hora de conocer a sus personajes: Stevie (Sunny Suljic) sale corriendo de su habitación y se golpea contra la pared del pasillo, para luego seguir siendo golpeado por su violento hermano Ian (Lucas Hedges). El hecho de que ninguno de los dos tenga una remera puesta hace pensar que es verano y que no hay escuela, pero el silencio de la casa y la falta de respuesta parental a los gritos de los chicos también dan la pauta de que no hay padre ni madre presente que pueda evitar este tipo de peleas cotidianas.

Acto seguido podemos ver la habitación de Stevie, desordenada como la de cualquier pibe, con sábanas de las tortugas ninja y una vieja Super Nintendo que grafica, de alguna manera, un punto de partida en la película. Por otro lado, la habitación de Ian está empapelada con posters y discos de hip-hop, gorras rigurosamente colgadas, revistas y varios cassettes re-grabados de la radio, una especie de santuario para nuestro joven protagonista que mira fascinado cada objeto, comparando su remera de Street Fighter con los buzos deportivos de su hermano. Stevie sabe muy bien que se está exponiendo a una golpiza si Ian se entera que estuvo revolviendo sus cosas, y sin embargo para él es el equivalente a conocer el mundo de los grandes, sentirse mayor por un rato.

Poco a poco vamos entendiendo la naturaleza de estos dos hermanos. Por corte vemos el cumpleaños de Ian en un restaurante, y a su madre (Katherine Waterston) narrando a sus dos hijos que está saliendo con un hombre, que aunque le parece un poco mujeriego, quiere llevar las cosas con calma. La incomodidad de ambos es evidente, no obstante, eso no la detiene a la hora de recordar que a la misma edad de Ian, ella lo estaba amamantando.

Miradas, silencios, momentos en donde el garage rock y la música incidental de Trent Reznor (NIN) se mimetizan con los diálogos para contar lo que los personajes no se dicen.

La realidad de Stevie y la necesidad de buscar un lugar de pertenencia lo motivan a relacionarse con un grupo de skaters, cada uno con sus propios tormentos y roles en la banda. El solo hecho de compartir un espacio en común con ellos se nota en el entusiasmo de ser el encargado de alcanzarles agua bajo la calurosa tarde californiana, de correr junto a ellos cuando la policía los hostiga por invadir el mobiliario público, de tener un apodo que lo identifique como parte de un conjunto. Stevie ya no se siente solo.

En su casa los posters comienzan a cambiar, Ren y Stimpy se van para hacerle lugar a los raperos y las armas, mientras que para la chica en bikini parece que todavía no es el momento. Ahora lo sábados no son para ver una película en casa ni para jugar videojuegos, sino para practicar trucos con el skate que le intercambió a su hermano y sorprender a sus amigos el día siguiente.

El desarrollo de Stevie como personaje, motivado por rebeldía y la disfuncionalidad de su familia, transcurre con una naturalidad para el pequeño Sunny Suljic (recordable también por su papel en The killing of a sacred deer de Yorgos Lanthimos) con la cual es difícil no empatizar. Los mismos descubrimientos musicales por los que transita, a la par de su cruzada por dejar atrás todo lo que lo ate a la niñez, es probablemente la misma catarsis con la que Jonah Hill haya escrito este guion, dándose el gusto de incluir toda la banda de sonido de su adolescencia.

Cuando otras películas hacen hincapié en la nostalgia, Mid 90’s se desarrolla con una espontaneidad entrañable para situarse en otra década. Porque más allá de la decisión artística de rodarla en fílmico, o que su resolución en 4.3 se asemeje a los VHS, o incluso que la paleta de colores amarronada intente homenajear a la austeridad del cine independiente noventoso, existe algo atemporal en cómo Hill propone esta historia de iniciación, en cómo transcurre cada día de este verano eterno donde la única preocupación aparente es planear a qué fiesta van a ir a la noche, de la misma manera que estos pibes se debaten también entre la estupidez y la incertidumbre de no saber qué hacer una vez terminada la secundaria.

Y sin embargo hay un contexto que une al film a los recuerdos de su director y la movida cultural de una generación marginalizada y sin planes a futuro, reproducidas por el punk barrial y el hip hop, acompañada de la dificultad de poder escaparle a los problemas existenciales.

Lo que Jonah Hill reproduce en su ópera prima no es la nostalgia, ni la melancolía de su juventud, sino una ventana al cine y la música con la que creció, Spike Lee y Cypress Hill con patinetas, y ese mismo entusiasmo con el que descubrimos esa película o ese disco que nos cambió la vida.