En el barrio

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Casi 15 años después de su estreno en el off-Broadway, llega a los cines de todo el mundo y a la plataforma de streaming HBO Max este musical de Lin-Manuel Miranda que narra las historias de amor, los sueños, los dilemas y los sacrificios de varios jóvenes de origen dominicano y puertorriqueño que viven en Washington Heights, el barrio de Manhattan con mayoría de habitantes latinoamericanos. Indudablemente atractiva en su factura, pierde parte de su encanto frescura por una excesiva idealización.

En el noroeste de Manhattan hay un barrio llamado Washington Heights con una inmensa mayoría de población latina y, sobre todo, dominicana (de hecho a una zona se la conoce como Little Dominican Republic). De allí es Lin-Manuel Miranda (aunque su familia es de origen puertorriqueño), quien en 2007 estrenó en el off-Broadway (y al año siguiente en pleno Broadway) el musical In the Heights. El resto -incluido el fenómeno de Hamilton- ya es bastante conocido y hoy Miranda es una eminencia en el show-business de los Estados Unidos.

A partir de las canciones, la música y las ideas de Miranda es que Jon M. Chu (curiosa la elección de un director de familia... ¡china!) rodó En el barrio, saludado -para mi gusto con no poca exageración- como una obra maestra por la inmensa mayoría de la crítica estadounidense. No es que este nuevo trabajo del realizador de Locamente millonarios (Crazy Rich Asians) carezca de profesionalismo, hallazgos e inspiración, pero creo que en estos tiempos de corrección política y búsqueda de mayor diversidad en la representación del cine de Hollywood su elogio (desmedido) calza a la perfección.

En el barrio tiene la estructura clásica del musical (largas coreografías de canto y baile conectadas por unos breves nexos de parlamentos “normales”) con un espíritu propio del cuento de hadas. Hay en la inocencia y las buenas intenciones de los protagonistas (todos jóvenes, bellos y esbeltos) algo de exaltación forzada. Es cierto que todo exudan simpatía, cantan y bailan muy bien, pero en este recorte hay -más allá de la celebración de la cultura latina en general y nuyoricua en particular- algo del orden de lo publicitario.

Con un relato enmarcado (el protagonista aparecerá al comienzo, en varios pasajes inermedios y al final contándole su historia a unos atentos niños), En el barrio se concentra en las desventuras de Usnavi (Anthony Ramos en el papel que el propio Miranda hiciera sobre los escenarios), un muchacho de casi 30 años que sueña con reabrir el bar El sueñito en la República Dominicana de su familia, un proyecto que funciona a la vez como algo aspiracional y como posible fuga de su rutinario trabajo de sostener un almacén y café en una esquina de Washington Heights.

Tímido e inseguro, Usnavi empieza a balbucear y a actuar con supina torpreza cada vez que por el negocio aparece la despampanante Vanessa (Melissa Barrera), una joven que trabaja en un salón de belleza de la zona pero sueña con mudarse al centro y triunfar en el mundo de la moda. La otra subtrama importante tiene como protagonista a Nina (Leslie Grace), una chica puertorriqueña que está decidida a abandonar sus estudios en Stanford para desesperación de su padre (Jimmy Smits), el dueño de una compañía de taxis que se ha gastado lo que no tiene para financiar su carrera universitaria, y que se reencuentra con Benny (Corey Hawkins), su ex novio.

Hay, más allá del inevitable artificio de todo musical, algo por momentos genuino y loable en la reivindicación y empoderamiento no solo de dominicanos y puertorriqueños sino también de otras comunidades como la cubana o la mexicana, con personajes nobles, puros y dulces, pero así como el cine de Hollywood nos ha agotado con personajes latinos estereotipados (en especial con los narcos) aquí lo inspiracional corre el riesgo opuesto: caer en la idealización absoluta (veremos, en ese sentido, cuál será el enfoque de Steven Spielberg en la inminente West Side Story).

¿Debo irme o debo quedarme?, se preguntaba en 1982 The Clash y esa es la principal contradicción (además de la generacional entre abuelos/padres e hijos) que atormenta a los personajes de En el barrio. Irse a cumplir ciertos sueños en el mundo (muchas veces hostil) o quedarse dentro de la comunidad y tratar de crecer en ese ámbito (muchas veces limitante).

Hay creativas y siempre lúdicas coreografías que remiten al clasicismo de Busby Berkeley e ideas (como un largo apagón en pleno verano) que funcionan muy bien. De hecho, las casi dos horas y media de relato nunca abruman, pero En el barrio, con sus excesos edulcorados y sentimentales, encuentra las que para mi gusto son sus limitaciones en la propia concepción “ideológica” más que en su atractiva y muy cuidada factura.