Elysium

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Hay una larga lista de películas que imaginan un futuro espantoso para el planeta, desde Mad Max, pasando por Fuga de Nueva York, Terminator, Brazil hasta Matrix, por lo que sería imprudente relacionar la oscura visión de un mundo convertido en una interminable villa miseria con la actual crisis económica que padecen los países desarrollados.

Antes que una oportunista toma de posición en favor de los nuevos desposeídos, la idea que vertebra el guion parece responder a las obsesiones de Neill Blomkamp, quien ya había ofrecido una muestra a escala reducida de ese dignóstico pesimista en Distrito 9, lo que no le impide aludir a temas bien actuales como la inmigración y el Obamacare.

Sin dudas la ambientación de Los Ángeles favelizado de Elysium recuerda los campos de concentración de extraterrestres de aquella exitosa producción de bajo presupuesto. Y como las proyecciones demográficas de las Naciones Unidas no llegan tan lejos, el director es libre de suponer que en 2154 la Tierra va a estar superpoblada, contaminada y empobrecida al extremo.

Tan mal van las cosas aquí abajo que la clase dirigente y los ricos se han instalado en un satélite artificial llamado "Elysium", y desde allí controlan los destinos de la humanidad. La diferencia entre ambos mundos no puede ser más radical: mientras unos de mueren de hambre; los otros gozan de una especie de vida eterna.

Ese conflicto social se hace carne en el protagonista, Max (Matt Damon) quien lucha por escapar de su condición de basura humana y llegar a ser uno de los privilegiados, impulsado al principio por una ilusión infantil y luego por una necesidad vital que comparte con la hijita enferma de la mujer que ama.

Lamentablemente ese esquema binario –a la vez un flagrante acto de maniqueísmo y una aceptación del dualismo mitológico que opone luz y oscuridad, bien y mal o infierno y paraíso– no es desarrollado en todas sus posibilidades dramáticas.

Así, ciertas complicaciones de la trama (que no llegan a transformarse en genuinas complejidades), más la dignidad de los actores que interpretan a personajes malvados (Jodie Foster y William Fitchner) y la perfecta ambientación compensan con dificultad la música redundante, los diálogos explicativos, las escenas de acción innecesariamente largas y las alusiones de carácter casi alegórico a la inmigración y al plan de salud social de Barack Obama.

Nadie puede vanagloriarse de ser visionario si concibe al futuro sólo como una imagen imperfecta del presente.