Elysium

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

La balada del tomógrafo mágico

El sudafricano Neill Blomkamp, director de Sector 9 (District 9, 2009), regresa con su más nueva alegoría acerca de la discriminación social vestida de ciencia ficción con Elysium (2013). En realidad se trata de la misma fábula acerca de los peligros de marginar sectores de la sociedad para el beneficio de unos pocos, sólo que esta vez en vez de recluir a las clases bajas en el Sector 9, son las clases altas las que se recluyen voluntariamente en Elysium.

Corre el año 2154, en el que los pocos y adinerados tienen la opción de dejar la sobrepoblada Tierra y asentarse en la estación espacial llamada Elysium, donde la gente es hermosa y anda en malla todo el día. No sólo eso, cada casa es una mansión tipo Malibu Beach y posee un tomógrafo mágico (¿cómo llamarlo sino? Nunca se explica cómo funciona) capaz de curar cualquier cosa, desde cáncer hasta una granada en la cara. Este paraíso de piletas y palmeras es administrado por la villana Delacourt (Jodie Foster), que no tiene problema en bajar a tiros naves de inmigrantes ilegales, como el senador-caricatura de Robert De Niro en Machete (2010).

Elysium es, pues, un enorme barrio privado poblado por gente blanca. En la Tierra han quedado los negros, los latinos, y Matt Damon, que con sus tatuajes, sus abdominales y la cabeza rapada tiene una onda René Pérez, pero como héroe redentor de las minorías empobrecidas por el vil capitalismo del hombre blanco es un poquito inverosímil. En fin, Damon es Max, un obrero al que le quedan 5 días de vida luego de un accidente laboral y no tiene nada que perder por intentar llegar a Elysium y a uno de esos tomógrafos mágicos.

Max decide sumarse a las hordas de inmigrantes latinos que cada día intentan llegar a Elysium, cual mexicanos vadeando el Río Grande hacia Estados Unidos, y en definitiva socializar la medicina con tomógrafos mágicos para todos, que es algo así como el sueño mojado de cualquier liberal norteamericano. Del lado republicano se encuentra el manufacturero de armas Carlyle (William Fichtner), que junto a Delacourt planea un golpe de estado para tomar control de Elysium, y Kruger (Sharlto Copley), un sádico cazador que anda detrás de Max.

Podemos continuar criticando la inverosimilitud de la premisa y la sutileza de la alegoría, pero Elysium es tanto más que su contenido ideológico, que no por obvio o simplón arruina una divertida película de ciencia ficción y acción. La película está bellamente fotografiada, su utilización mesurada de la ciencia ficción y sus chiches dejan un resabio satisfactorio, la acción está enmarcada por una de las versiones más potables de la “cámara movediza” (así como su predecesor espiritual Sector 9), posee excelentes efectos especiales que no necesitan del 3D y su función es más práctica que efectista, y el carnívoro Kruger de Copley es un excelente villano, que no por unidimensional resulta monótono.

Elysium y Titanes del pacífico (Pacific Rim, 2013) se erigen sobre una base sólida de género y semántica cinematográfica. No son particularmente originales, pero ambas nacen de las ganas y la energía de directores “intrusos” en Hollywood como Blomkamp o Guillermo del Toro, que una vez que establecidos como exitosos cinéfilos se dan el gusto de dar rienda suelta a sus proyectos de fantasía aniñada. Dejan con ganas de un poquito más, pero eso es bueno, ¿no?