Elvis

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Muchas veces se cree que el cine es lo que se ve en la superficie, lo técnico, lo formal, sin advertir que el cine también es darse cuenta de quién tiene que tomar la palabra para decir lo que se cree que es la verdad. Es decir, el cine también es saber elegir el punto de vista desde el que tiene que estar narrada la película.

Elvis, la biopic de Baz Luhrmann sobre el rey del rock and roll, es de esas películas que lo tienen todo para ser una obra maestra: despliegue técnico arrollador, edición frenética, fotografía perfecta, vestuario deslumbrante y una banda de sonido emotiva y contagiosa.

Luhrmann tiene experiencia en el manejo visual, sabe cómo tienen que lucir sus planos y sus personajes, y entiende el espectáculo como un atuendo extravagante con mucha brillantina, porque quiere que sus imágenes resplandezcan con belleza decorativa.

Pero la película falla al ponerse del lado del villano, el Coronel Tom Parker, interpretado por un correcto Tom Hanks. No se sabe qué mató a Elvis Presley en la vida real, lo que sí se sabe es que en la película, durante sus excesivos 160 minutos, Luhrmann muestra quién lo condujo a la muerte.

La actuación de Austin Butler como Elvis es un acierto, ya que el profesionalismo histriónico del actor logra transmitir algo de la personalidad del ícono de Misisipi, aunque Luhrmann le corta las alas a cada rato. Cuando Parker le dice a Elvis que tiene que elegir entre la política o el espectáculo, Elvis elige la política, aunque Parker lo obliga a elegir el espectáculo para seguir facturando sin tener consecuencias legales. Por lo tanto, la película también elige el espectáculo frívolo que quiere Parker en vez de la rebeldía comprometida de Elvis.

Elvis se da cuenta de que la música negra es lo que lo apasiona, ya que se crió rodeado de afrodescendientes que la tenían clara en materia de swing. De joven queda impactado cuando los ve tocar la guitarra, cantar y bailar, entre quienes se encuentran Little Richard, B. B. King y Mahalia Jackson. Elvis siente esa música en el cuerpo y no puede evitar hacer esos movimientos obscenos (para la época) arriba del escenario.

Sin embargo, en vez de asumir la veta desobediente y rocanrolera del personaje, o en vez de darle más importancia a la versión de B. B. King (quien tira la posta sobre el representante de Elvis), Luhrmann decide continuar la historia desde el punto de vista de Parker, quien viene de la feria de fenómenos, en la que aprendió el arte del engaño y la estafa.

El origen de Parker siempre fue un misterio, y esto queda claro en la película. También se muestra la relación con la madre de Elvis, Gladys (Helen Thomson), cuya temprana muerte lo marca para siempre. Y cuando conoce al amor de su vida, Priscilla (Olivia DeJonge), con quien se casa.

Luhrmann nos quiere hacer creer que Parker y Elvis son lo mismo, pero nos muestra con lujo de detalles que no lo son. Quiere hacernos creer que lo que mató a Elvis fue el amor a su público, pero durante toda la película muestra lo contrario, es decir, que el amor a su público era lo que le daba vida. Luhrmann se empecina en mostrar cómo destruyen a su personaje principal, cómo le chupan la sangre, sin darle la posibilidad de que se redima, de que hago algo para demostrar que su vida merecía otro destino.