Elvis

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

Este extravagante retrato biográfico de Elvis Presley se centra en la complicada relación del músico con su manager Tom Parker a lo largo de toda su carrera. Con Tom Hanks y Austin Butler.

Seamos claros. Si a uno le dicen que Baz Luhrmann hará una biografía de Elvis Presley se imaginará algo bastante parecido al producto final. No es, uno pensaría, el director más convencional o esperable para este tipo de película. Pero eso, en lugar de un problema, podría ser una ventaja, ya que uno sabe que el realizador australiano de MOULIN ROUGE! tiene una imaginación tan personal y desbordante que puede llevar un proyecto de este tipo hacia, literalmente, cualquier lado. Eso sucede en ELVIS, aunque no siempre con el mejor de los resultados.

La película abarca a Elvis a lo largo de su vida poniendo el foco en dos etapas clave: el inicio de su carrera en 1955 hasta su partida al servicio militar en Alemania en 1960 y su regreso con gloria, en 1968, gracias a un clásico especial para televisión y su posterior estadía –más larga que la planeada– haciendo su show en vivo en Las Vegas. Pero lo principal para ver acá no pasa por el recorrido biográfico más que conocido del artista sino por descifrar las ideas de Luhrmann respecto a su protagonista. Y es cierto que, más allá de los extravagantes clips audiovisuales típicos de un realizador que piensa un relato de 160 minutos como un largo trailer de sí mismo, no hay demasiadas. Ideas, digo…

El comienzo de su carrera está contado, inteligentemente, utilizando los recursos de la novela gráfica, de la que Presley era fanático de adolescente. Con cuadros veloces, movedizos y juveniles en su tono, Luhrmann narra el descubrimiento de Presley y su éxito inicial con el típico fervor clipero que el realizador usa en el inicio de sus films, donde todo es energía desbordante. Acá, sin embargo, el «lado oscuro de la fuerza» está presente de entrada. Se trata del llamado «Coronel Parker» (Tom Hanks abajo de kilos de maquillaje), el hombre que toma en sus manos al joven Elvis y no lo suelta hasta su muerte, manejando su carrera de manera bastante cruel y perversa.

ELVIS se cuenta como la historia de la manipulación de un un explotador cruento a un joven inocente que, por distintos motivos que van cambiando con el correr de los años, jamás puede quebrar la trampa en la que Parker lo ha metido. Que es contractual pero, fundamentalmente, es psicológica, ya que cada vez que Presley intenta abrirse un camino propio su manager tuerce su destino en función de sus propias conveniencias. En los ’50, podían ser paralelas y hasta adecuadas. Pero de 1960 en adelante ya no lo fueron. De hecho, el regreso de Elvis a fines de los ’60 se muestra aquí como algo hecho a contramano de los deseos de su manager.

Austin Butler captura de manera extraordinaria al Presley escénico, especialmente en su etapa de 1968 en adelante, imitando a la perfección lo que se puede ver en el Especial de NBC o en el excelente documental ELVIS: THAT’S THE WAY IT IS que aquí por momentos se muestra y se cita hasta en su estilo de montaje. En sus años jóvenes es difícil decirlo porque Luhrmann parece más preocupado en mostrarlo de la cintura para abajo que de otro modo. Lo cual es lógico –sus movimientos pélvicos fueron revolucionarios y escandalosos promediando los ’50– pero es difícil juzgar la actuación de las piernas del chico.

Luhrmann va bajando los decibeles de su propio show cuando la película arranca con su segunda etapa, su regreso a los escenarios y a recuperar «su esencia» en 1968. Es curioso pensar que entonces tenía solo 33 años y ya muchos lo daban por acabado desde hacía tiempo, ya que gran parte de esa década se la pasó haciendo malas películas y sacando aún más flojos álbumes siguiendo los consejos de Parker, que pierde la brújula comercial de su artista cuando empieza la década de los Beatles y los Rolling Stones y jamás la recupera.

Su vuelta con el show de TV y la inauguración del hotel en Las Vegas en el que se quedaría por años y años generan los mejores momentos de la película, ya que ahí se combinan una gran etapa musical con un momento en el que Elvis había recuperado la confianza, se juntaba con gente más afín y peleaba contra Parker. El manager, sin embargo, terminaría ganando esa batalla psicológica y comercial, y convirtiéndolo casi en un esclavo de los shows en casinos hasta prácticamente su muerte. Y la decadencia de Presley termina dándole un cierto peso dramático a la historia, uno que antes no tenía, un formato que Luhrmann maneja en general muy bien en sus musicales y que viene de su amor por las óperas y tragedias.

El problema principal de ELVIS pasa por el punto de vista y la vacuidad de mucho de su desarrollo, hasta que encuentra su nervio dramático en su segunda mitad. Haber elegido a Parker, un personaje bastante repulsivo, como narrador y casi protagonista de la historia, es una elección entendible pero dramáticamente compleja, ya que no hay casi de donde «agarrarse» para tenerle cierto aprecio a un personaje horrendo que Hanks encarna como si fuera un villano transpirado (y con algún tinte de cliché antisemita) de algún cómic de DC.

Musicalmente Luhrmann hace algo parecido a otros de sus films, armando remixes de canciones de Elvis, mezclando varias juntas (algo que él hacía muy seguido) y agregándoles un beat actual y electrónico, algunos versos rapeados y esos mash-ups tan característicos de MOULIN ROUGE! De hecho, el propio Elvis tuvo uno de sus mayores éxitos en 2002 con un remix de «A Little Less Conversation» y, por momentos, lo que intenta el realizador acá es ir por un camino similar al que funcionó allí.

Tampoco funciona demasiado bien la idea de reconvertir a Presley es una persona mucho más «progresista» y preocupada por la realidad social de su país en los complicados ’60 cuando pocos lo recuerdan como un campeón de los derechos civiles y más como un colaborador de Richard Nixon. Más allá de alguna canción sobre la «tolerancia» como «If I Can Dream«, que interpretó en el especial de 1968 pese a los deseos de Parker (que no quería verlo «metido en política» y al que le obsesionaba que su artista no saliera del país, por motivos que irán descubriendo de a poco a lo largo del film), la película presenta una versión light y demasiado benévola de un personaje al que se le conocen zonas más oscuras que las presentadas acá.

ELVIS, más allá de lo un tanto hueca y atolondrada que es al principio, termina ofreciendo suficiente material rico para que un espectador que no está embebido en la figura del «solista más vendedor de discos de la historia» se interese por escuchar y conocer más de su obra. Y ahí habría que empezar por el principio, la piedra basal de todo lo que Presley fue después, en especial sus discos para Sun Records, que acá pasan clipeados y remixados. En los últimos años, las ediciones centradas en sus grabaciones de 1969 encuentran a otro Elvis que vale la pena revisitar. Un artista maduro, que quiso tener una segunda etapa gloriosa en su complicada carrera pero que no llegó a desarrollarla –o al menos esa es la tesis de muchos que Luhrmann sostiene aquí– por culpa de un manager que jamás dejó de pensarlo como mercadería.