Elles

Crítica de Fernando López - La Nación

Como un espejo insidioso, atrevido y revelador. Así actúa sobre Anne, una burguesa profesional, madre de familia y periodista freelance, el objeto de la investigación que le han encargado. El tema son las jóvenes que han elegido la prostitución como medio para pagarse los estudios y, además, para alcanzar una situación económica desahogada que les permita satisfacer las necesidades de consumo que el mundo actual ofrece como garantías de felicidad. Las protagonistas de este fenómeno creciente nada tienen que ver con el cliché de la prostituta sufrida y maltratada que han frecuentado la literatura y el cine; aquí no hay rufianes ni madamas, y el trabajo no sigue otras reglas que las que ellas mismas acuerdan con sus clientes. Las dos que Anne contacta y con las que mantiene sucesivas entrevistas (una, francesa de origen modesto y lectora de Proust; la otra, inmigrante polaca que apenas conoce rudimentos del francés) cuentan historias similares: empezaron porque era la manera más fácil de conseguir fondos para pagar vivienda y estudios; después se hicieron adictas al dinero que les permite responder a las tentaciones de la sociedad de consumo. Y no niegan que, más allá de las prácticas escabrosas que les proponen algunos de sus clientes, también encuentran placer en el ejercicio de una profesión de la que por supuesto nada saben sus familiares o novios. A estos personajes que Annaïs Demoustier y Joanna Kulig prestan belleza, frescura y naturalidad puede faltarles algo de credibilidad, pero lo importante es que el film se atreve a hablar de un tema tan espinoso como la prostitución, de internarse sin temores en la sexualidad femenina y -al confrontar las experiencias de las entrevistadas (y su actitud despreocupada) con la de la periodista- extender su observación al lugar que el mundo actual reserva a la mujer. La visión de la directora y coguionista polaca Malgoska Swmowska se concentra en la madre de familia (aparentemente) modelo para percibir cómo los testimonios de las muchachas y sus perturbadoras confidencias ponen en cuestión las serenas certezas de la periodista, cómo la colocan cara a cara con su propia intimidad, con su propia vida. Es una revelación dolorosa que podría pecar de simplismo si no fuera por el espesor que Juliette Binoche confiere a Anna y al intenso compromiso y la riqueza de matices con los que transmite la toma de conciencia que vive el personaje.

El film -que incluye imágenes cuya crudeza y explicitud no son precisamente recomendables para todo tipo de público- se desarrolla en tres planos, no siempre claramente engarzados por el montaje: uno abarca la jornada de la acción actual en la casa de Anne y da cuenta de su realidad cotidiana y de los arduos preparativos de una comida de negocios que su marido considera importante; el segundo, las entrevistas que ella ha mantenido a lo largo de un tiempo no precisado con las dos chicas; el tercero ilustra varios de esos relatos poniendo en escena los encuentros de cada una de ellas con sus clientes (ocasionales o frecuentes).

En este sector, claro, es donde predominan las imágenes más fuertes. Sin embargo, es probable que resulte mucho más perturbador y provocativo el rostro en primer plano de Juliette Binoche en la escena clave de su autosatisfacción.