Elle. Abuso y seducción

Crítica de Diego Serlin - Todo lo ve

El provocador y controversial director belga Paul Verhoeven vuelve a dejar su huella con "Elle", que no será un hito como sus films "Robocop" -1987-, "El vengador del futuro" -1990- y "Bajos instintos" -1992-, pero con el cual vuelve a dejar en claro su incorrección política y gran capacidad para jugar con la ambigüedad moral de los espectadores.

Si en 1987 Paul Verhoeven nos dejaba una huella en la memoria con Robocop, un Cyborg mitad maquina y mitad humano capaz de aniquilar sin compasión a otro en pos de la ley pero cuyos sentimientos aun vivos lo ponían en jaque permanentemente, y con Bajos instintos, que lo colocó como un artesano del thriller erótico girando en torno a los impulsos sexuales, los deseos y las pasiones de su protagonista, en Elle toma elementos de ambos en un drama que se torna comedia negra en la que una soberbia y contundente Isabelle Huppert es el hilo conductor del film.

Isabelle Huppert juega a la perfección con el arco dramático y los matices de un complejo personaje interpretando a Michèle Leblanc, una tormentosa e irrompible mujer, con un sentido del humor ácido y cruel, que tiene claro su principal objetivo, su piedra filosofal y el sentido de su vida: ella.Michelle es una mujer culta y exitosa CEO de una empresa que diseña y produce videojuegos de marcada violencia y erotismo al estilo "Magna", que un día es violada salvajemente en su domicilio. Pero lejos de la lógica de la victimización, el hecho no revelará la conmoción esperada y nada parece perturbar a esta mujer fuerte e inusual que muerde las emociones, se traga los miedos y para la cual la violación se vuelve un reto a develar.

Un personaje que parece salido de un videojuego, adaptándose a la realidad pero manteniendo los componentes extras e inhumanos con un cinismo inevitable, ausencia de remordimiento y una insensibilidad formidable, todo pincelado con un toque Frances.

Verhoeven se aleja totalmente de los convencionalismos y la moralidad frivolizando acerca de un acto tan deleznable como es una violación y usándolo como un MacGuffin que le permite explorar a su protagonista, manteniendo una constante aura de misterio y de intimidad en torno a sus personajes, sin romper con la verosimilitud de su relato y capaz de mantener al espectador en vilo alrededor de esta mujer ambigua, impetuosa en sus deseos carnales, cruel con su familia y con unos personajes despreciables y con la de incapacidad de amar.

Pese a este espeluznante escenario no se busca la empatía con Michelle, casi todas las acciones que realiza son reprochables y generan animadversión alejando cualquier nexo emocional con el publico pero cuyo cinismo y fortaleza atrapan por igual. Pero las insensibles relaciones que sostiene con su torpe y desesperante único hijo veinteañero, su botoxeada y grotesca madre que gusta de ligarse jóvenes gigolós y su fracasado exmarido escritor, van preparando el terreno para la tragedia familiar que sufrió de niña, y desde la cual empiezan a cobrar sentido parte de sus actos.A partir de aquí, sumado a las amenazas telefónicas y llamadas anónimas difamatorias que Michèle asume con naturalidad, comienza un proceso de empatía por el cual aceptamos a Ella y todas sus decisiones, hacia quien nos sentimos más atraídos en cuanto tomamos conciencia de que su mundo está rodeado de monstruos, desde su fracasado exmarido, un hijo inútil hacia quien no siente ningún vínculo afectivo que además debe cuidar de una cazafortunas sin escrúpulos a la que desprecia, una figura paterna perversa y sus vecinos, entre otros.

Con un planteamiento controvertido y arriesgado, Elle atrapa al espectador ante un personaje que pasa de victima a victimario y viceversa a lo largo del relato, con la interpretación de I. Huppert que nos hipnotiza, escondiendo en la frialdad e insensibilidad a una mujer tan cínica como independiente, con el cansancio y el hartazgo de quien ha acabado aburriéndose hasta de sí misma y con un distanciamiento por lo afectivo que nos perturba y nos atrae a partes iguales.

Elle, que fue ovacionado en el último Festival de Cannes e inauguró el pasado sábado el Décimo Tercer Encuentro Cinematográfico Argentino-Europeo Pantalla Pinamar 2017, es un film transgresor que irónicamente propone mostrarle al público su propia ambigüedad moral.