Ella

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

Desde la dirección artística, la música y el vestuario hasta el diseño de los títulos y del poster, Her (el título en castellano no debería ser Ella sino algo así como Lo de ella) es el resultado de un trabajo conceptual moderno y exquisito. Acompañando a un joven solitario (un Joaquin Phoenix ideal) en su vida cotidiana –en una ciudad del futuro en la que todo luce ordenado–, perdidamente enamorado de la mujer que le habla (con la seductora voz de Scarlett Johansson) desde un sistema operativo, Spike Jonze (1969, Rockville, EEUU) recurre a ese estilo que le conocemos, entre lúdico y sarcástico, más interesado en provocar sorpresa que emoción.
Her es más romántica y formalmente más madura que ¿Quieres ser John Malkovich? (1999) y El ladrón de orquídeas (2002, ambas con guión de Charlie Kauffman), sin dejar de coquetear, como aquellas, con la ciencia ficción. Cada detalle aparece cuidado en este producto que, en algún punto, implica un progreso en la filmografía de Jonze, autor también de creativos cortos y videoclips.
Sin embargo, por debajo de esa apariencia cool, Her resulta algo conservadora. En el film, lo distinto es mostrado como rareza o trastorno, el hecho de que el protagonista esté saliendo con un sistema operativo (podría cambiarse esta expresión por otras) provoca indiferencia en algunos de sus amigos pero alarma en otros (por ejemplo su ex mujer, cuyos reproches parece aprobar la película misma, a juzgar por el final) y la moraleja da a entender que los avances de la tecnología o la informática son para desconfiar. Uno podría preguntarse si la tesis de que el contacto humano nunca puede ser sustituido no podría ser utilizada para censurar, por ejemplo, la inseminación artificial. Incluso el exceso de palabras (casi todo lo que sienten los personajes se dice en voz alta) parece resabio de un cine antiguo, con los colores y los decorados creando climas anímicos más que los planos y los movimientos de cámara.
No hay dudas que Her estimula saludables interrogantes (¿podemos enamorarnos de alguien a quien nunca vimos? ¿qué cosas somos capaces de hacer para combatir la soledad? ¿tenemos la necesidad o la fantasía de tener a alguien con quien hablar y que nos escuche sin cuestionarnos demasiado, como una suerte de analista amigable o voz de la conciencia?), despliega algunos momentos de gran belleza (como el paseo por la playa) y puede cobrar importancia como fábula anticipatoria, un poco como The Truman Show (aunque Jonze no es, claro, Peter Weir). Pero cuánto mejor sería si terminara con una vuelta de tuerca menos aniñada y más inquietante.