Ella se va

Crítica de Fernando López - La Nación

Una road movie para Deneuve

Algún sordo malestar aqueja a Bettie, y no proviene sólo de que las cosas en el restaurante familiar vayan de mal en peor, ni de que su amante acabe de reemplazarla por otra bastante más joven, ni de que cada vez le quede menos paciencia para tolerar que su mamá se dedique a cargarla de culpas, ni de que esté consciente de cómo las deudas se van acumulando. Pero parece que la suma de motivos es suficiente para que de buenas a primeras se monte en su viejo Mercedes y salga a la ruta sin destino fijo. No va en busca de nada, sólo quiere irse, huir de esa vida que lleva sin pensar en nada. Salvo, claro, en los cigarrillos, que le son indispensables y se le han acabado justamente un domingo, cuando parece que no hay nadie que los venda en toda Bretaña. Y menos quien ofrezca uno, ni siquiera a una señora como ella, que sesentona y todo, pero todavía linda (por algo la eligieron alguna vez Miss Bretaña), hace autostop para pedirlo. Cuando aparece un oportuno salvador, es un anciano gentil y paciente, pero con los dedos tan deformados por la artrosis que para él lograr armar un cigarro resulta toda una epopeya.

En fin, es sólo el comienzo de esta especie de road movie a la francesa concebida y realizada al servicio (y en homenaje a) Catherine Deneuve. La búsqueda de tabaco continuará y torcerá varias veces el rumbo para recorrer una infinidad de rincones del interior francés, preferentemente los más alejados de las tarjetas postales, y cruzarse con los más variados personajes, de un charlatán seductor a un guardia nocturno que la protege de la lluvia o a un grupo de mujeres que la invitan a compartir la diversión en un club nocturno de provincias.

Esta sucesión de experiencias (verdaderamente de lo más jugoso que ofrece el film en esa mitad del camino) se va a complicar después, cuando reciba de su hija (a quien no frecuenta demasiado) una misión que supondrá un repentino cambio: tendrá que hacerse cargo de su pequeño nieto (a quien casi no conoce) y llevarlo a la casa de su abuelo paterno. Ni Bettie tiene vocación (o experiencia) de abuela ni el chico es demasiado dócil, respetuoso o disciplinado, pero aprenderán a conocerse aunque para ello deba haber riñas, disgustos y contratiempos que los llevarán, entre otros destinos, a participar de un encuentro aniversario con todas las misses que unos cuantos años antes compitieron con Bettie por el trono de la más hermosa de Francia.

El viaje no termina allí, porque como todo sucede en esta cálida historia imaginada por Emmanuelle Bercot y Jérôme Tonnerre cada circunstancia conduce a otra. Tampoco cesa hasta el final la incorporación de nuevos personajes, mientras todo sigue girando en torno de Deneuve, y de los sucesivos cambios que experimenta su Bettie. Algunos son, por cierto, un poco forzados, así como son abundantes los clichés que se esparcen a lo largo del relato y el azúcar que se espolvorea sobre el final, pero la admirable actriz tiene oportunidad de expresar una abundante variedad de sentimientos y, seguramente, de afianzar todavía más la admiración y el cariño que el público (no sólo el francés) le demuestra.

Entre los que se lucen a su alrededor hay que destacar a Claude Gensac (la madre); al chico, Nemo Schiffman, hijo de la directora y el director de fotografía, y a Gérard Garouste (el abuelo paterno), que no es actor, sino un renombrado artista plástico.