Elena

Crítica de Victoria Varas - La Voz del Interior

Afuera, un cuervo posado en una rama deja ver de fondo una ventana. Adentro comienza la rutina de un matrimonio maduro que, a juzgar por los planos de la casa, pertenece a la clase acomodada. Sin embargo, la dinámica corporal de Elena y su atención inmediata a las demandas de su cónyuge acusan de entrada que ella proviene de otro lado, de la casta de las empleadas.
La cotidianidad marital es retratada bajo los patrones de un realismo que hace del silencio una pauta estética. La cámara se detiene en múltiples acciones domésticas y la película avanza lenta y sobria hasta el cierre de la historia. El director se cuida permanentemente de no caer en la dramaticidad y el filme acaba siendo un culto exquisito a la sutilidad emocional. De allí que las actuaciones se afilien a un naturalismo minimalista, preocupado por la perfección del pequeño gesto facial y la reproducción exacta, y nunca sobreactuada, de numerosas acciones mecánicas.
Un infarto quiebra la pausada seguidilla de actividades cotidianas. Luego de que su corazón le jugara una mala pasada, Volodya quiere hacer su testamento. Katya, hija del geronte y su anterior esposa, resulta privilegiada en la repartija, pero Elena no dejará en babia a su propia cría. Algunos diálogos funcionan como indicios de que la mesurada historia está pronta a salirse de su quicio. "Los últimos serán los primeros", sentencia la mujer decidida a sostener la vida viciada e inmadura de su hijo a costa de su actual marido.
La lograda fotografía da, desde el inicio, una pista: la gama es lo suficientemente fría como para identificar el filme con una conmovedora historia de adultos en segundas nupcias. El viraje del carácter de la hasta entonces sumisa Elena acaba por arrastrar al drama hacia la frontera del suspenso gélido y el policial no comercial.
Entre las muchas imágenes aparentemente innecesarias dentro de los 109 minutos de cinta, aparecen algunas portadoras de una eficaz potencia simbólica: el bebé ocupando la cama del hombre de la casa condensa en un solo plano picado la patológica relación madre-hijo, resorte psicológico de una serie de acciones donde tiene cabida el crimen perfecto. Hacia el cierre, otra vez el cuervo posado en las ramas y, tras una vuelta de foco, la imagen a través de la ventana de una casa que, ahora, es casa tomada.