Elena

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Matrimonio en pugna

Un filme sutil que, a caballo de un conflicto de pareja, toca las relaciones familiares, el capitalismo y el comunismo.

Elena, de Andréi Zvyagintsev, es una agria, aguda, rigurosa película sobre roles y vínculos asimétricos, que tal vez sea lo mismo que decir vínculos a secas: de pareja, de familia, de integrantes de distintos estratos en la Rusia postcomunista. El director de El regreso (que se estrenó en la Argentina en 2004) amalgama el drama íntimo con el fresco social, y los hace discurrir con ritmo y tensión de thriller, y un motor claro: el dinero; algo así como la dialéctica amo-esclavo llevada al campo de batalla económico.

Elena (extraordinaria Nadezhda Markina) es una mujer madura, casada con Vladimir (Andrei Smirnov), un hombre bastante mayor, ya jubilado, de clase alta. En las primeras secuencias los vemos interactuar en su amplio y elegante departamento. Duermen en camas separadas. Ella lo cuida con un esmero algo servil, él la trata con firmeza de jefe autoritario. Más adelante sabremos que se conocieron, no muchos años antes, en un hospital: Vladimir estaba internado, Elena era una de sus enfermeras.

Ambos tienen hijos -parasitarios- de matrimonios anteriores. La hija de Vladimir es una joven burguesa, descarriada y vividora. “Una hedonista”, le dice Vladimir a Elena, y ella le aclara que no sabe qué significa. El hijo de Elena, que a la vez está casado y tiene dos hijos, vive en un gris departamento de monoblock suburbano: también es un vividor, pero en versión desclasada; un lumpen. Exige dinero para que su hijo mayor vaya a la universidad -lo que no parece muy probable- y evite enrolarse en el ejército.

Elena le pide esa suma a Vladimir: él le contesta que está casado con ella, no con su familia. A partir de este conflicto, universal y primigenio, Zvyagintsev va desplegando un delta de disputas, mudas o verbalizadas, que avanzan hacia la tragedia. Sin énfasis ni maniqueísmo (todos los personajes tienen sus razones y sus vilezas), sutilmente alusivo, el realizador despliega y tensa al máximo una confrontación que abarca desde los vínculos domésticos hasta diversos aspectos cuestionables del capitalismo y del comunismo. Un cine notable, que llega en ínfimas dosis a la Argentina.