Elena

Crítica de Laura Osti - El Litoral

El desamparo moral engendra monstruos

En “Elena” hay drama, tragedia, pintura social, thriller psicológico, crisis espiritual, testimonio histórico, conflictos emocionales, sentimientos, pasiones, ambiciones... un sinfín de elementos en juego, pero tratados con un estilo tan despojado que exige al espectador una atención alerta a cada mínimo detalle, porque nada se le dará premasticado.

La protagonista y que da nombre a la película es una mujer de mediana edad de origen proletario. Convive con un hombre mayor, Vladimir, en un departamento austero pero que evidencia alto poder adquisitivo. La acción transcurre en Moscú. Esa extraña convivencia se explica luego, a través de los diálogos. Son marido y mujer en segundas nupcias. Ambos eran viudos y se conocieron en un hospital, donde el hombre debió someterse a una riesgosa operación y ella era una de las enfermeras que lo cuidó.

Ahora, si bien están casados, mantienen una relación un tanto despareja, ya que ella se comporta más como una ama de llaves que como una esposa y él más como un patrón que como un marido. Uno adivina que, si bien hay afecto, se trata más bien de una relación de conveniencia por ambas partes.

Elena tiene un hijo del matrimonio anterior, que está casado y tiene familia. El joven vive en un barrio periférico donde las condiciones son muy desfavorables. Se lo ve ocioso y con modales rústicos. No trabaja y depende de la ayuda económica de su madre para mantener a su familia.

Por su parte, Vladimir, el marido de Elena, tiene una hija, quien también depende económicamente de él, pero están distanciados.

La cámara del director ruso Andrey Zyvagintsev se mueve muy pausadamente en una combinación de planos fijos, planos secuencias y primeros planos, en los que la protagonista (contundente Nadezhda Markina) soporta la mayor responsabilidad para transmitir y expresar el nudo dramático del relato. Solamente en una oportunidad Zyvagintsev apelará a la cámara en mano y marcará el contraste entre un mundo y otro, el mundo ordenado y planificado de Vladimir y el mundo violento, caótico y desordenado de la familia del hijo de Elena.

Inevitablemente esas diferencias serán la clave que llevará al conflicto. La desigualdad social, no solucionada mediante el matrimonio sino más bien perpetuada, hace que la mujer, al verse en aprietos entre una lealtad y otra, la que tiene con respecto a su marido y la que manifiesta con relación a su hijo, tome una decisión extrema y desesperada. Eso le permitirá provocar un cambio en la situación, abriendo un horizonte supuestamente de mayores oportunidades para sus nietos. Sin embargo... la tensión dramática que expresa su rostro y el refuerzo expresivo a través de la música que transmite angustia, hace prever consecuencias no tan agradables.

Pero Zvyagintsev deja muchas cosas fuera de plano y sugiere de manera implícita, más que explícita, lo que se advierte como un clima propicio para que germinen nuevos y quizás más complejos conflictos en un futuro al cual Elena ya se arrojó de lleno sin medir las consecuencias.

Es una película muy interesante que recuerda un poco al cine de Bergman, con un contenido entre intimista y social, grave y profundo.