Elefante blanco

Crítica de Tomás Maito - A Sala Llena

La dura y conflictiva realidad

Pablo Trapero es uno de los mejores realizadores argentinos de los últimos veinte años. Con films crudos, fuertes e intensos, Trapero suele resaltar los sectores más marginales, filmando personajes que están obligados a salir de crisis muy profundas. En sus películas, generalmente no hay héroes ni villanos, sino individuos que tienen que luchar consigo mismos y con el escenario que los rodea.

Tras Carancho, un film polémico aunque no dentro de sus mejores obras, el director oriundo de La Matanza vuelve con Elefante Blanco, el trabajo más riguroso de su carrera. En esta nueva película se expone la difícil supervivencia en una villa de emergencia. Aquí, el Padre Julián (Ricardo Darín) rescata a su amigo Nicolás (Jérémie Renier), un cura europeo que se encontraba trabajando en el Amazonas. Julián lleva a su colega a Lugano para que lo ayude con su proyecto, que consiste tanto en combatir la drogadicción –más que nada en los menores de edad- como en urbanizar el territorio y terminar de construir un gran hospital que cada gobierno posterga. Para esto, los sacerdotes cuentan también con la ayuda de Luciana (Martina Gusman), una asistenta social que se encuentra ya hace cinco años colaborando en el lugar.

Se puede encasillar a Elefante Blanco dentro de una trilogía junto a El Bonaerense y Leonera. Después de todo, las tres son películas que, de manera cruda, filman universos desencantados, ya sea lo caótico de la villa miseria, la corrupción de la Policía o el desgarrador mundo carcelario. Estas tres obras no solo comparten una oscura fotografía que tiñe aún más el escalofriante escenario, sino que muestran personajes perdidos en su miseria interna, quienes no sólo desconfían de ellos mismos y del entorno en el que transitan, sino también de sus propios ideales. Estas últimas dudas son las que los vuelven dubitativos en sus deseos de fuga. Tanto el padre Nicolás en Elefante Blanco, Zapa en El Bonaerense o Julia en Leonera son seres que resultan más pasionales que intuitivos y eso los lleva a destino ambiguo.

Pero si hay algo que hace que el nuevo film de Trapero sea determinante en lo que intenta mostrar es su majestuosidad visual y cómo logra que la imagen sea el punto de partida para que el espectador se introduzca en un escenario perturbador. Cada plano secuencia resulta tan bien ejecutado que el realismo propuesto por el realizador es estremecedoramente verosímil respecto de la situación retratada y propone un tempestuoso recorrido laberíntico por el lugar de los hechos. También son significativos el acompañamiento musical, las imponentes tomas generales y los impetuosos planos detalle, todos tópicos que en conjunto le dan forma a un universo impactante.

Elefante Blanco está entre los mayores logros de Trapero. Dura como pocas, la película argentina es una fuerte crítica a las grandes instituciones –mayormente a la Iglesia Católica-, en un mundo donde todo está tan corrompido por los intereses políticos y económicos de cada sector que el único legado que parece dejarse es el de una crisis profunda y el de un futuro incierto.