Elefante blanco

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

Sobre los interrogantes y las respuestas

Desde prácticamente el inicio de su carrera cinematográfica, Pablo Trapero fue sosteniendo su cine en base a una gran ambición temática y narrativa, con El bonaerense, Nacido y criado, Leonera y Carancho como máximos ejemplos. En estos tres últimos films fue consolidando asimismo una gran perfección formal, recurriendo a complejos planos secuencia e imágenes con multiplicidad de elementos en la profundidad de campo, que enriquecían el relato.

Elefante blanco retoma estas características, con una historia centrada en el sacerdote Julián, interpretado por Ricardo Darín, que convoca a un colega belga, Gerónimo (encarnado por Jérémie Renier), a trabajar juntos en la villa de emergencia conocida como Ciudad Oculta, que ha crecido a la sombra de un antiguo emprendimiento de los primeros años del peronismo destinado a ser el hospital más grande de Latinoamérica pero que al final nunca se concretó, y cuyos cimientos son conocidos por los habitantes cercanos como el “Elefante blanco”. Completa el triángulo protagonista Luciana (Martina Guzmán), como una trabajadora social que trabaja codo a codo con ellos, y que terminará teniendo un romance con Gerónimo. Pero eso es apenas la punta del ovillo: en la trama también entran en juego las violentas guerras entre narcos, las disputas políticas vinculadas al tema de la vivienda, la pobreza como concepto y hasta forma de vida, la fe y la religión, e incluso las diversas perspectivas frente a la muerte.

Trapero es indudablemente un realizador pretencioso, pero durante buena parte del metraje, al igual que en Carancho, logra hacer de la pretenciosidad un valor positivo, porque concreta lo que pretende. Básicamente lo logra en base a una doble operación, tan obvia como difícil: no subestima el ámbito que aborda, ni los actores intervinientes, pero tampoco se achica frente a lo que se le presenta. A diferencia de los peores momentos de El bonaerense, Nacido y criado o Leonera, no contempla a sus personajes con un dejo de superioridad, ni manipula los hechos en función de ratificar su mirada y objetivos. En cambio, se permite dejar surgir los diversos claroscuros del universo en que circulan los protagonistas, con sus idas y vueltas, sus contradicciones, sus deseos, su necesidad de ser escuchados y comprendidos, pero también de poder escuchar y entender. Como pocas veces en el cine argentino, Elefante blanco consigue problematizar, poniendo en choque aspectos positivos y negativos, a instituciones de diversa índole, como la Iglesia o la Policía. Asimismo, variables como la religión, el crimen, la droga y la necesidad de un lugar donde vivir y trabajar coexisten en el film sin que surjan rápidamente sentencias tranquilizadoras propias de cineastas progres, como el caso de Juan José Campanella: un ejemplo fundamental lo constituye el espléndido plano secuencia donde Gerónimo va a la guarida de una banda de narcos para buscar el cadáver de un joven que ellos retienen, luego de un tiroteo enmarcado en una disputa por territorios. La escena, claustrofóbica y escalofriante, de una violencia contenida pocas veces vista, sirve como punta de lanza para poner en vista también toda una serie de cuerpos individuales insertos en un contexto determinante y determinado: cuerpos temerosos pero decididos; cuerpos marginados por la ley pero también por la sociedad; cuerpos maltratados y violentados aún después de la muerte, como trofeos de guerra; cuerpos disputando poder y usando a otros cuerpos en sus querellas; cuerpos trabajadores pero atravesados por la criminalidad; cuerpos con fe pero reclamando la presencia de Dios; cuerpos partidos por la pérdida de cuerpos familiares. La mirada aquí está, indudablemente, del lado de los pobres, a los que no se reivindica desde la demagogia, pero tampoco se juzga con facilismo.

Sin embargo, en la segunda mitad de su metraje, Elefante blanco cae en el mismo error que el final de Carancho, donde Trapero parecía verse obligado a emitir una tesis final, pero obligando a los hechos y la pareja protagonista. En su nueva película, frente a la multiplicidad de subtramas y temáticas que abre, comete el error (bastante comprensible por cierto) de querer cerrar todo, cuando el marco narrativo pedía en realidad permanecer abierto y sujeto a diversas interpretaciones y problematizaciones. Paradójicamente, el intento del director de arribar a una conclusión deja todo más bien desordenado. Es como si abriera una gran caja de Pandora, desplegara una gran cantidad de elementos y luego pretendiera volver a guardar todo, sin observar que la gracia y la riqueza aportadas consistían en evidenciar algo oculto que permanece sin resolución. El film abordaba un momento y un lugar de la vida, aún sin terminar, en permanente progresión, y las decisiones tomadas por Trapero introducen una interrupción desarmoniosa, enfática y sin sentido.

¿Es mala entonces Elefante blanco? No, aunque sí fallida en sus propósitos finales. Es sin embargo polémica y apasionante en muchos de sus tramos, y merece ser pensada y apreciada con paciencia y cuidado. No se puede decir lo mismo de la gran mayoría del cine mundial.