Elefante blanco

Crítica de Isabel Croce - La Prensa

Ese infierno más que temido

Realista visión del infierno. Crítica y no partidaria. Filmada con el tiempo narrativo justo, intenso, como el que caracteriza el estilo Trapero, directo, lejos de cualquier poesía o metáfora, un "punch" a la mandíbula del espectador".

Una escena: el padre Julián muestra a su amigo, también sacerdote, un patético esqueleto de hormigón de catorce pisos, el de la Villa 15 de Lugano, sueño de un dirigente socialista, Alfredo Palacios, que en 1937 lograra importantes aportes del Congreso Nacional para hacer "el hospital más importante de Sudamérica", proyecto posteriormente apoyado por el gobierno peronista.

Segunda escena: Gerónimo, el amigo sacerdote del padre Julián corre desaforado por los laberintos estrechos de la villa, para rescatar un cadáver, el de alguien querido asesinado por la droga y los que la comercian. Tercera escena: un velorio que transcurre a tiro y cerveza echada sobre el ataúd.

Y así, en el relato se encadenan multitudinarias escenas de enfrentamiento con la policía, de narcos versus narcos, de gente de la villa desplazándose, escapando ante el tiroteo inesperado con los que entran al lugar para ayudar, como el padre Julián, como Luciana o el padre Gerónimo.

ESTUPENDOS ACTORES

Estas escenas no suceden en zonas marginadas de América latina o Africa. Es la "otra Argentina", donde conviven rituales de muerte en los que se junta la bebida y el alucinógeno, como en míticas ceremonias dionisíacas o bandas antagónicas disputan el mercado de los chicos andrajosos, muriendo en los lugares más alejados de la villa o los chicos ricos, habitantes de cercanos edificios-torre. Porque ese mercado no hace distinciones sociales.

Esas imágenes son las más duras de este itinerario auténtico (y nunca tan bien aplicada la palabra) por la realidad de una villa de emergencia. Un mundo que laicos y religiosos quieren erradicar a pesar de presupuestos que no llegan y demoran cualquier acción de cualquier lugar del que emanen fondos.

Realista visión del infierno. Crítica y no partidaria. Filmada con el tiempo narrativo justo, intenso, como el que caracteriza el estilo Trapero, directo, lejos de cualquier poesía o metáfora, un "punch" a la mandíbula del espectador".

Con el tiempo, el director pulió sus recursos y profundizó la emoción. Sigue teniendo la mirada amplia en las épicas escenas de los enfrentamientos o las intimistas del sexo, en los momentos detallados de un plano secuencia que cava hondo en los significados o en la exacta marcación de personajes de la misma villa o de actores como Ricardo Darín, siempre un modelo de equilibrio interpretativo, en un personaje contrapuesto al de Jérémie Renier, veterano en este tipo de personajes, no por nada es un preferido de los hermanos Dardenne ("La promesa", "El hijo"). O Martina Gusmán, con toda la fibra de la luchadora de la película. Un filme imprescindible. Desesperanzado y necesario.