Elefante blanco

Crítica de Alberto Harari - MI CINE - por halbert

"LA MIRADA DESVIADA DE LOS INÚTILES QUE NOS GOBIERNAN"

El Elefante Blanco es un edificio ubicado en la Villa 15 del barrio de Villa Lugano en la Ciudad de Buenos Aires, y se trata de una estructura semi-abandonada cuyo destino era ser el hospital más grande de Latinoamérica. Ese proyecto, que data de 1937, jamás vio la luz.
En el filme se presenta la amistad entre dos curas: un argentino, Julián (Ricardo Darín) y otro belga, Nicolás (Jérémie Rénier). Julián trabaja en las villas y sigue la línea del Padre Mugica, asesinado en 1974, y a quien la película está dedicada.
Su denodado trabajo lo muestra fatigado, aunque se sugiere desde la escena 1 que sufre algún tipo de enfermedad. Tal vez por eso viaja a una comunidad indígena de Perú a rescatar a Nicolás de una violenta represión, a quien lleva con él a Buenos Aires a trabajar en Ciudad Oculta, donde está ubicado el edificio que da título al filme. Allí luchan palmo a palmo con una asistente social (Martina Gusmán), para desterrar la corrupción de la zona e intentar construir un predio que provea de vida mínimamente digna a sus habitantes.
Los conflictos gremiales, los problemas con bandas de narcos y con la policía, además del uso de la fe en Dios y la religión para llevar una vida mejor, conviven desordenadamente en este espacio olvidado.
Es una película muy impactante desde lo visual, con larguísimos planos secuencia que siguen a sus personajes entre las angostísimas y oscuras calles de la villa, en donde los tiros, las corridas y la muerte parecen componentes de una inexorable e inhumana cotidianeidad.

Pablo Trapero logra emocionar y nos mete de lleno en ese submundo con la crudeza de las imágenes de la villa, con el tipo de vida que se lleva, y con la lucha incansable (y casi en vano) de un cura que parece estar solo, ante tanta indiferencia de los que realmente deberían hacerse cargo.
El terceto protagonista logra conmover con el compromiso de sus personajes respecto de la lucha que llevan a cabo todos los días; tanto Darín, como Renier y Gusmán asumen esa responsabilidad y la dejan trascender, ya que se percibe tanto en las escenas minimalistas de desconsolados llantos y miradas tristes, como aquéllas en las que son uno más en esa masa de gente villera que lucha contra la policía. El director logra una imagen verdadera, documentalista, de carne y hueso golpeado con garrotes y balas.

Este "Elefante..." es el Opus 7 de Trapero, quien con una corta pero contundente carrera, implantó un marcadísimo estilo personal, insertándonos desde 1999 en mini-universos tan disímiles como el obrero (“Mundo grúa”), el de la policía (“El bonaerense”), el de las cárceles (“Leonera”) o el de los hospitales (“Carancho”), pisando firme y dejando profundísimas huellas en el cine argentino contemporáneo. Con gobiernos que miran para otro lado o falsifican una realidad para ganar elecciones que los eternicen en el poder, un país como el nuestro merece más dedicación y menos hipocresía, dada la desatención proveída a éste y otros tantos lugares de Argentina.

La intensidad del clímax le clava al espectador una daga que produce perplejidad, desconcierto, amargura… Un sacudón de difícil recuperación al momento de abandonar la sala. Un momento en el que uno se pregunta: ¿a dónde están mirando los inútiles que nos gobiernan? Aunque peor aún es preguntarse a dónde diablos estamos mirando nosotros, los que los elegimos…