El vicepresidente: Más allá del poder

Crítica de Vanesa Fognani - Negro&White

Christian Bale debería estar preparándose su mejor discurso, tal vez como en los Globos de Oro se lo terminará dedicando a Dick “Satan” Cheney, su personaje maquiavélico, monocorde pero eficaz como una bala en la nuca. Bale se disfraza, engorda, se pone pelucas – lo hizo en Escandalo Americano y El maquinista– y aunque a muchos esto le da fastidio, en esta páginas se celebra. Adam McKay ya lo dirigio en la gran La Gran Apuesta, y se sabe, se entienden a la perfección, además a Mr. McKay también le gustan los postizos: la caricatura de los personajes es el fuerte de este director que para quien escribe, es casi de culto.

Empezó con una comedia naif como Ricky Bobby– Will Farrel fue su fetiche por años- llego a su punto culmine con las Achorman y con La Gran Apuesta su comedia hizo un vuelco, la agilidad en su discurso se volvió viperina, el tembleque hermoso de una mano apurada y presurosa, se volvió fugaz pero efectivo, su coro de actores – Bale y Steve Carell lideres absolutos- comenzaron a mostrar personajes trazados por la vorágine del poder. En La Gran Apuesta el mundo de los negocios es descripto de manera impecable, y es la mejor del director. En Vice, se permite todos los deslices y excesos, mezcla el mockumentary, el fund footage, hay un narrador omnisciente que va y viene, hay metáforas y metonimias. El gran “desliz” de McKay le sale bien.

Bale es Dick Cheney quien fuera vicepresidente en la gestión de George Bush hijo, el retrato de juventud lo posiciona como un trabajador rural de Wyoming, bastante tosco, de pocas palabras que parecería condenado a una vida sedentaria en el interior de EUA. Pero Chaney tiene a Lynne, la eposa es el cerebro de la pareja, quien construye y delinea a este Vice, Amy Adam brillante por supuesto (queremos que ella gane como mejor actriz de reparto). “Yo no llegaría tan lejos como llegarías tu”, le dice Lynne a Cheney en una conversación marcada por la misoginia de los sesenta, donde no existía la posibilidad de becarias en el capitolio. De ahí Cheney comienza su ascenso hasta llegar a ser el VICE.

“El vice espera que se muera el presidente” le dice Lynne a su marido, y en esa muletilla radica la gracia de la película. Pero Cheney, “republicano” por Donald Rumsfeld (Steve Carrel), sabe a aprovechar las situaciones políticas. McKay pone todas las cartas sobre la mesa y deja en pelotas el making off de las estrategias políticas.

Hago un stop y con esto me despido: Atentos con la escena en dónde Cheney/Bale almuerza con Bush/Rockwell, pollo frito mediante, Rockweel Bush comiendo como una bestia, con la mirada casi perdida, y Cheney, enfrente, diciéndole que quiere todo el poder, incluso la inteligencia, oh mi dios, por esa escena es que la película se merece el Oscar, los silencios de Bale, las onomatopeyas incluidas, y la sonrisa socarrona de “te estoy engañando”, todo es un combo perfecto para una escena deluxe. Con esto no hago spoiler, al contrario les dejo un alerta porque esa es la ESCENA para el Oscar.