El vicepresidente: Más allá del poder

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

El poder absoluto

El regreso del realizador Adam McKay no podría ser más auspicioso. Tras el éxito de La Gran Apuesta (The Big Short, 2015), un film sobre la historia detrás de la especulación financiera que desembocó en la crisis económica más virulenta del Siglo XXI, el director de Step Brothers (2008) se adentra en la vida del reservado Dick Cheney, el compañero de fórmula presidencial de George W. Bush en las elecciones del 2000 y 2004, dupla que triunfó en ambas oportunidades, ejerciendo los cargos de Vicepresidente y Presidente de Estados Unidos respectivamente, entre enero de 2001 y enero de 2009.

El Vicepresidente (Vice, 2018) indaga en la vida de uno de los personajes más controversiales de la política reciente norteamericana, el burócrata y ejecutivo petrolero Dick Cheney, hombre que ideó y ejecutó junto al Secretario de Defensa Donald Rumsfeld la invasión a Irak bajo el falso pretexto de que fabricaban armas de destrucción masiva y albergaban terroristas, alegando una conexión inexistente entre Saddam Hussein y Al Qaeda con la finalidad de saquear el petróleo del país de Medio Oriente desestabilizando la paz de la convulsionada región. El film narra la transformación de Cheney de un trabajador no calificado en Wyoming con problemas de alcoholismo a graduado en Ciencia Política y pasante en el Congreso y más tarde en la Casa Blanca durante la administración de Richard Nixon, incluyendo a posteriori su puesto como Jefe de Gabinete y director de la campaña presidencial de Gerard Ford, un oscuro prontuario legislativo en la década del ochenta, un cargo como Secretario de Defensa en el gobierno de George Bush y finalmente su llegada a la Vicepresidencia junto al inepto Gobernador de Texas en uno de los resultados electorales más polémicos de la historia de Estados Unidos tras pasar por la actividad privada como CEO de la empresa petrolera Halliburton, la que se beneficiaría de forma escandalosa por la apropiación de las reservas petrolíferas de Irak.

Pero McKay realiza una maniobra más vasta sobre la cultura norteamericana y los cambios introducidos por Cheney en la legislación como parte de un proceso de las clases dominantes para instaurar sus políticas. La manipulación del atentado terrorista del 11 de Septiembre de 2001 le permite al Vicepresidente ejercer facultades extraordinarias y arrogarse el poder absoluto del Estado, declarando a su país en estado de guerra contra una entidad imaginaria que más tarde cristalizaría en las invasiones a Afganistán e Irak, fortaleciendo al extremismo islámico en lugar de mermarlo. Cheney surge aquí como un producto más -aunque extremo y burocrático- de una avanzada de la derecha para enmascarar sus políticas, esas que favorecen siempre a los multimillonarios a costa del sufrimiento de los pobres y la pauperización de las condiciones de vida y los salarios de las clases medias, generando en la opinión pública una aquiescencia para reducir impuestos, declarar guerras, espiar a la población, secuestrar y torturar opositores a sus políticas por todo el mundo y abusar de las contradicciones de las leyes con fines autoritarios y dictatoriales, siempre autoproclamando sus acciones ilegales e inconstitucionales como necesarias y legítimas.

Pero lo interesante de todo para el realizador es que un hombre gris como Cheney, un vicepresidente sin habilidades oratorias y un burócrata de segunda, haya sido capaz de restaurar las pretensiones imperiales más descaradas de su país a pesar de la oposición de varios sectores, incluso de su propio partido. Esto lleva al film a analizar la situación social de la nación, el rol de los medios -especialmente de la cadena de noticias Fox- y los cambios que permitieron que este tipo de personajes representen los ideales de éxito y logren cargos electivos en la democracia norteamericana bajo el ala republicana tras la degradación del partido producto de las consecuencias judiciales del Watergate. La llegada de energúmenos como Bush o Cheney al poder es así para McKay parte de una estrategia de los multimillonarios consolidada desde la década del setenta para gobernar a través de los idiotas útiles de turno en un esquema del que las mismas empresas siempre sacan una buena tajada dejando en el camino pobreza y pérdida de derechos.

Christian Bale realiza una vez más una transformación física completa para interpretar a Cheney, mientras que Steve Carrel vuelve a demostrar todo su talento para combinar la sagacidad y la rapacidad de Donald Rumsfeld. Amy Adams entrega otra gran interpretación como la esposa de Cheney, Lynne, y Sam Rockwell personifica a George W. Bush en una película con un elenco que incluye a Eddie Marsan, Alison Pill, Bill Camp y la exquisita, divertida y breve aparición de Alfred Molina.

Con las mismas premisas y la misma irreverencia mostradas en La Gran Apuesta, El Vicepresidente se adentra en la mentalidad y los anhelos del norteamericano de derecha, el votante republicano de Bush que llevó a Donald Trump a la presidencia eligiendo favorecer a los más ricos y empobreciéndose a sí mismo por cuestiones ideológicas. McKay tampoco se priva de poner su granito de arena a conciencia en la grieta estadounidense creada por los asesores de campaña de Trump, quienes crearon una división ideal a sus propósitos electorales en una estrategia explotada en Gran Bretaña en el referéndum sobre la Unión Europea y en Argentina por Duran Barba en las elecciones que llevaron a Mauricio Macri a la presidencia.

Narrada en tercera persona por un personaje interpretado por Jesse Plemons, que se pone en la piel del norteamericano promedio, El Vicepresidente es un excelente ensayo en clave de sátira política y denuncia sobre el entramado que permitió la llegada al poder de Bush, Cheney y Trump, sociópatas sedientos de poder capaces de declarar una guerra en cualquier lugar para beneficiarse a sí mismos, justificando cualquiera de sus acciones inmorales e ilegales con el pretexto de la seguridad nacional.