El vicepresidente: Más allá del poder

Crítica de Jessica Johanna - Visión del cine

Adam McKay regresa tras La gran apuesta a una historia basada en hechos reales, esta vez para retratar la figura de Dick Cheney opta por alejarse de las convenciones típicas de una biopic.
En lo nuevo de Adam McKay (un director que se caracterizaba por hacer comedias protagonizadas por Will Ferrell -que aquí es uno de los productores- al estilo Anchorman y Talladega Nights y dio el gran salto con la galardonada La gran apuesta, que tuvo varias nominaciones a los Oscar y se llevó la estatuilla por su guion), Christian Bale se pone en la piel de Dick Cheney tras sufrir importantes cambios para lograr el parecido. Así, por momentos aparece casi irreconocible. No obstante el actor irlandés ha demostrado que su trabajo es más que un mero cambio físico, a tal punto de manejar un acento diferente.

En cuanto a la historia puede que esta no sea demasiado conocida por estos pagos y gira alrededor de la presidencia de George W. Bush (un siempre talentoso Sam Rockwell), cuando Cheney se convierte en su vicepresidente, un rol que no deseaba por no ser, generalmente, más que un adorno o un puesto simbólico. No obstante, empujado por la ambición y los hilos de su mujer (interpretada de manera bastante deslucida para lo que acostumbra por Amy Adams), Cheney sólo acepta postularse como vicepresidente conociendo modos de acceder al poder de la manera más efectiva: en silencio, desde un rincón, pasando desapercibido.

Si bien la película comienza pareciéndose mucho a cualquiera de esas biopics que aman las temporadas de premios (y Christian Bale se presenta como uno de los más fuertes candidatos a ganar el Oscar en la categoría Mejor Actor), McKay opta rápidamente por correrse del camino conocido. Así, en lugar de ser una narración convencional se mueve entre diferentes estilos y tonos, con una edición rápida que presenta información todo el tiempo, y brinda a la película una sensación de collage algo recargado. Biopic, falso documental, comedia, drama, sátira política, denuncia. Estamos ante un film que pretende ser ingenioso y elaborado, pero sólo lo logra por momentos.

A lo largo de la película, con guion del propio McKay, se va desentrañando la figura enigmática de este personaje del que en realidad se sabe algo y el resto, es probable, se dibuje en pos del relato. Quizás por eso también la mayoría de los personajes se presentan poco desarrollados, y eso que en la película aparecen tantos hechos, tantos temas, que da la sensación de que hay material para varias películas más.

También, aunque en su momento se la justifique como promete, se siente algo azarosa la elección de una narración en off que corresponde a un personaje (un desaprovechado Jesse Plemons) que no se develará hasta bien avanzado el film y cuya revelación deja gusto a poco.

Y, como yapa, en mitad de los créditos una escena pone en foco la supuesta postura política de la película de manera sarcástica y divertida, más graciosa que varias otras que también pretenden serlo.