El vicepresidente: Más allá del poder

Crítica de Jessica Blady - Malditos Nerds - Vorterix

JUEGOS DE PODER

Christian Bale se vuelve a transformar físicamente para esta sátira política cortesía de Adam McKay, responsable de La Gran Apuesta.

La política es un tema fascinante y, si se trata de ficción (y no tanto), puede abordarse desde ángulos muy diferentes. Claro que también puede ser un tanto aburrida cuando se trata de los asuntos de gobiernos extranjeros que poco y nada tienen que ver con nosotros… o eso es lo que pensamos a primeras, sin darnos cuenta lo mucho que influyen a lo largo y ancho de todo el globo.

Adam McKay es un realizador que viene del palo de la comedia, de guionar en “Saturday Night Live”, de hacer yunta con Will Ferrell en cosas como “El Reportero: La Leyenda de Ron Burgundy” (Anchorman: The Legend of Ron Burgundy, 2004) y otras tantas humoradas de menor calidad, además de ser uno de los responsable del sitio web “Funny Or Die”. Con la oscarizada “La Gran Apuesta” (The Big Short, 2015) -se llevó a casa el premio a Mejor Guión Adaptado, junto a Charles Randolph- demostró tener un timing particular para este tipo de historias basadas en hechos reales que pueden plantearse desde el humor sin perder la sensibilidad ante los acontecimientos poco felices que se muestran en la pantalla. En pocas palabras, McKay hizo de la sátira su mejor herramienta, una que esgrime con mano firme cuando se trata de “El Vicepresidente: Más Allá del Poder” (Vice, 2018).

Hacer una comedia sobre Dick Cheney, una de las figuras políticas más controvertidas de todos los tiempos en los Estados Unidos, puede parecer un oxímoron, pero McKay entiende su juego y sabe que la única manera de acercarnos a este personaje maquiavélico es encararlo por el lado que me mejor le sale: las risas incómodas. Ya lo dijo Christian Bale -quien se pone magistralmente en la piel del ex vicepresidente- en uno de sus tantos discursos de agradecimiento: “Vice es una tragedia”, aunque vista a través del lente satírico y metafórico de su director y guionista.

Todo arranca el 11 de septiembre de 2001, momento clave para la historia del mundo y la carrera de Cheney que, para ese entonces ya llevaba décadas y décadas moviendo los hilos detrás del poder. ¿O él era el verdadero poder detrás de los mandatarios de turno? Sus aspiraciones políticas llegaron casi de la noche a la mañana cuando en 1963 tocó verdadero fondo. Debido a sus problemas con el alcohol y la mala conducta, decidió abandonar sus estudios en Yale, y fue ahí cuando su noviecita y futura esposa, Lynne Cheney (Amy Adams), le dio el ultimátum para enderezar su vida. ¿La solución? Convertirse en un interno de la Casa Blanca durante la administración de Richard Nixon, donde encontró inspiración en la figura del asesor económico Donald Rumsfeld (Steve Carell).

Desde ahí, todo va cuesta arriba para este muchacho diligente, observador y de pocas palabras. Republicano por elección y súper conservador, cuya ética y moral se adaptan a las diferentes circunstancias. Desde el primer momento Cheney está seguro de una sola cosa: le encanta el manejo del poder, y sus fallidas aspiraciones presidenciales -los números nunca estuvieron a su favor, además de sus constantes problemas de salud, y el hecho de que nunca le dio la espalda a su hija Mary (Alison Pill), abiertamente gay y no bien vista por los pagos de Wyoming- no lograron detenerlo para convertirse en la figura más relevante de la oficina oval. Sí, incluso por sobre la de George W. Bush (Sam Rockwell). Pero ya vamos a llegar a ese punto.

Cuando los demócratas tomaron el control del gobierno, Dick se hizo a un lado y se mudó al sector privado para llevar una vida más tranquila junto a su esposa, sus hijas y sus nietos. Una llamada telefónica lo cambia todo, y aún más cuando este ex jovencito problemático accede a convertirse en el compañero de fórmula de Bush hijo, sabiendo que los vicepresidentes son figuras de adorno que pocas veces toman fallos relevantes. Con Cheney las cosas son muy diferentes, y muchas de sus cuentas pendientes y maquinaciones (más las manipulaciones a la constitución) tienen repercusiones directas en la política mundial hasta el día de hoy, demostrando la relevancia de esta historia, incluso durante del gobierno de Donald Trump.

Mejor perderlo que encontrarlo
No vamos a entrar en detalles y arruinarles la diversión (¿?), pero esta es una de las causas principales por las que McKay accedió a llevar adelante esta dramedia biográfica, cuyas cinco décadas de atrocidades le dieron forma a muchas políticas de la actualidad. Esta es la parte en que nos ponemos a llorar, como ocurría al final de “La Gran Apuesta”, justo cuando nos damos cuenta que detrás de los discursos triunfalistas norteamericanos se esconden las verdaderas miserias.

Claro que el realizador se rodea de un gran equipo para que este viaje pesadillesco sea ameno y “humorístico”. Desde la banda sonora de Nicholas Britell, hasta el puntilloso montaje de Hank Corwin, el relato de McKay se va construyendo por partes, muchas de ellas surrealistas, sin miedo a caer en el ridículo ni romper la cuarta pared (formato que le pidió prestado a su anterior obra), y la ayuda de un narrador muy particular (Jesse Plemons), tal vez, el personaje más importante en la vida del vice.

En el centro tenemos a un elenco impresionante, con Bale a la cabeza. Pero a pesar de la transformación física (y van…) y el gran trabajo de maquillaje de Greg Cannom, Kate Biscoe y Patricia DeHaney, lo esencial de esta interpretación pasa por el minimalismo (contrario a otras actuaciones más histriónicas) de sus movimientos, la cadencia de su voz y las pocas, aunque certeras palabras de un personaje que siempre se mueve entre las sombras. Ver a Bale en la pantalla es como atestiguar un accidente de auto en la ruta: nos provoca rechazo y horror, pero no podemos sacarle los ojos de encima. Así, McKay nos convierte en cómplices, aunque nunca esconde el lado más sensible y vulnerable de su protagonista, dejándonos que saquemos nuestras propias conclusiones.

Power couple
Sin dudas, Dick Cheney es una figura “fascinante”, pero no por ello menos controvertida. Como todo buen estratega sabe justificar sus acciones, y las consecuencias no son gratuitas. Sus decisiones no son individualistas y por eso, como todo gran hombre, tiene esa mujer por detrás que lo sostiene. Lynne es mucho más que la “esposa”, y a pesar de todo su puritanismo y conservadurismo, el realizador la convierte en una fuerza femenina ultra poderosa que sólo quiere impulsar la carrera de su marido. Claro que queremos más de la dupla Bale-Adams que, con esta, suman su tercera colaboración después de “El Ganador” (The Fighter, 2010) y “Escándalo Americano” (American Hustle, 2013).

El error más grave de McKay y “El Vicepresidente” es, tal vez, su exageración y abuso de las formas narrativas y el aluvión de imágenes que se van superponiendo a lo largo del relato. Es una cuestión de gustos, aunque en el final pierde un poco de su coherencia al no encontrar los límites de un verdadero desenlace. Igual, son pequeños detalles que no deslucen el conjunto de una gran sátira política que encuentra en el estilo de Michael Moore muchos puntos en común e, incluso, no se refrena al jactarse de sí misma (estamos ante una de las mejores escenas post-créditos del año) y de cierto liberalismo hollywoodense. La política siempre separa las aguas, y McKay no va a quedar exento con su película.