El vicepresidente: Más allá del poder

Crítica de Isabel Croce - La Prensa

Casi treinta años es el período que abarca esta singular biografía que Adam Mckay diseña cinematográficamente. Desde el momento en que Dick Cheeney no puede controlar su adicción al alcohol y parece hundirse en la temida lista de "perdedores" que forma parte del "nunca más" de la filosofía norteamericana, hasta que su "pesca con mosca", verdadera metáfora del filme, se ve satisfecha, ya jubilado, millonario y feliz en compañía de su familia.

Nada parece molestar sus logros que lo llevaron, desde una juventud apuntalada por esa esposa férrea y dominante que con dureza lo increpa al comienzo, hasta un estar cómodo lejos de todo temblor, luego de haber pasado por la vicepresidencia con George Bush. El hombre del que no se pensaba en los comienzos que escondía tanta dosis de ambición, iría sopesando los pros y los contra de su ascenso al poder a partir de su unión con su mentor Rumsfeld, el brillante republicano que de alguna manera modeló su accionar.

Quién podría imaginar que alguien al que en algún momento se considerara pusilánime y hasta ingenuo podía detentar el poder total en una situación límite como durante los ataques del 11 de septiembre.

Representante de Wyoming, salvado por una mujer fuerte como Lynne Cheeney que le ayudará a ganar un escaño en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Cheeney demostrará, a pesar de su ataque al corazón (que se repetiría), que no sólo su mente elucubradora era de acero.

HUMOR Y CINISMO

Con un desarrollo que no se caracteriza por su prolijidad, desalineado en la alineación, hasta algo confuso en el contar la historia, el director Adam Mckay narra a horcajadas entre la seriedad, el humor, el cinismo y la sinergia de un matrimonio casi televisivo, la historia del manejo del poder.
Con recurrencia a los medios, secuencias de noticieros, titulares de diarios, entrevistas de tevé y hasta acotaciones al público que rompen la cuarta pared, el director confía en la soberbia edición para hacer comprensible un casi caótico desarrollo.

En su transcurso se pasa por voces en off anónimas, aparición del locutor en inverosímil situación (Jeff Plemons), que mezcla la negritud y la sorpresa de escenas de tortura en Guantánamo que el maquiavélico Cheeney apoyó. Promotor de la guerra contra el terror, crítico del pacifismo y enemigo de una política ambientalista que permitía una "política de envenenamiento" al no tratar las grandes empresas una tecnología que destruyera lo que perjudicaba la capa de ozono, no es extraño que el director lo presente con párrafos que lo acercan a "Ricardo III", de William Shakespeare, en la entrevista del final.

GRANDES ACTUACIONES

Chiristian Bale, con una poderosa caracterización y un manejo del silencio más que de los diálogos, logra un Cheeney recordable, que sorprendentemente el picoteo de recursos formales del director atempera en su crudeza, ganándole en simpatía.

Amy Adams es la esposa ideal del empresario exitoso, dura en las acciones pero aterciopelada en las ejecuciones, aunque algunas de ellas fueran familiares. La dual actitud de Cheeney al aconsejar a su hija política la traición ante el inicial apoyo al matrimonio de parejas del mismo sexo (su hija menor era lesbiana y constituyó una de esas uniones) en una clara actitud de conveniencia electoral, remata su política acomodaticia y desleal.

Sam Rockwell (Bush) y Steve Carrell (Secretario de Defensa de Bush), en una combinación homogénea, trabajan sus personajes combinando credibilidad y frescura. Impecable el diseño de producción y la música.