El viaje más largo

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

El juego de las lágrimas

Es un dramón con malas actuaciones que intenta hacernos llorar por todos los medios posibles.

El verdadero responsable de El viaje más largo no es George Tillman Jr., el director, sino Nicholas Sparks, guionista, productor y autor de la novela en la que está basada la película. Sparks es un exitoso escritor de best sellers, dramas románticos que buscan tanto emocionar como dejar enseñanzas de vida. Este es el noveno de sus libros que es llevado al cine y sigue la misma línea: cuenta las historias de amor de dos parejas, una en la actualidad y otra en los años ‘40, que deben sortear obstáculos aparentemente insalvables para mantenerse unidas.

La película, claramente orientada a un público femenino, consiste en una sucesión de golpes de efecto que tienen como único objetivo provocar las lágrimas de la espectadora. Hay enfermedad, injusticia y heroísmo en dosis parejas: cada giro de la trama parece una renovada oportunidad para soltar el llanto. Pero hay varios inconvenientes que conspiran contra esa intención lacrimógena. Uno es la escasa credibilidad de los actores: el casi octogenario Alan Alda y Oona Chaplin -nieta de Charles- son los únicos rescatables entre los actores principales, en un elenco que completan el tan carilindo como inexpresivo Scott Eastwood, hijo de Clint, y la insulsa Britt Robertson. Otro es la banalidad de los conflictos, sobre todo en la historia que transcurre en el presente. Y un guión digno de esta clase de productos, que aspiran a la masividad ante todo y terminan subestimando al espectador. Es totalmente explicativo, sin ambigüedades, sin lugar para que el público saque sus propias conclusiones. Todo queda verbalmente expuesto, siempre.

La explícita moraleja de la historia es: “El amor requiere sacrificios. Siempre”. Una verdad inapelable para los hombres que acompañen al cine a sus amadas.