El verdadero amor

Crítica de Guillermo Colantonio - Fancinema

AMAR EN TIEMPO REAL

El cine contemporáneo continúa dando muestras de los nuevos imaginarios en torno a los vínculos de pareja y las brechas generacionales. Las películas salen como churros y la inestabilidad es firmada por decreto en cantidad de historias que inundan las pantallas. La alternativa posmoderna del amor romántico es el carácter líquido de las relaciones, allí donde la inmediatez y la intensidad suplen cualquier anhelo de continuidad. Algo de todo esto está presente en El verdadero amor, de Claire Burger, que presenta un universo signado desde el comienzo por el caos de la ruptura matrimonial y por la pesada carga de la crianza de dos hijas.

Mario es un tipo cansado. Así lo registra la cámara con planos cerrados mientras intenta participar de un proyecto teatral que lo saque de su estructura, un traje muy pesado con el que debe lidiar. Su mujer, Arnelle, lo ha dejado, y sus hijas, Niki y Frida se quedan con él. El hombre padece una contractura existencial: se reconoce como mal marido y no tiene en claro si es un buen padre. En todo este rollo de relaciones cambiantes, los jóvenes pueden actuar como adultos y los adultos desempeñarse como niños. Mario le dice a su hija que invite a la amiga a una pijamada cuando ambas ya anduvieron a los besos. Las noticias sobre sus hijas le caen como un piano en la cabeza. Los tiempos han cambiado. El tema pasa por ver cómo acomodarse a la idea. Las dudas han sustituido a la estabilidad familiar y las parejas ya no son metas sino puestas al desnudo de disfuncionalidades varias. Y en ese hiato que suponen los primeros tiempos de la separación, se juega el presente de la película.

La diferencia de Claire con respecto a otros cineastas que suelen abordar estas miradas distópicas sobre las parejas (Lanthimos, Haneke) es que formalmente no necesita estar por encima de los personajes ni someter las historias a círculos viciados de podredumbre. En todo caso, Mario deberá aprender. Y este componente humanista (que tampoco es mostrado desde un lugar edulcorado) salva la situación. En la otra historia, en la del proyecto Atlas, Mario halla un refugio impensado para su condición estructurada de funcionario público. Ese ámbito ligado al arte es otra de las formas de salvataje. Ese espacio confirmará que el amor ya no es una cuestión conyugal sino de aventura.

De modo tal que siempre hay un tiempo para acomodarse dentro del caos, siempre hay un camino a seguir aunque ello signifique estar cerca del fondo. Una gran escena confirma lo anterior e instala la paradoja de que gracias a un accidente con drogas, llega el principio de la armonía. Frida, cansada de la convivencia con un padre que no logra entenderla, le mete una dosis en el té. La caída de Mario hace posible que todo se reacomode temporalmente para los personajes. Al mismo tiempo deja ver que los momentos de felicidad se manifiestan en breves instantes, lapsos que pueden redefinir destinos. Si en esta vida no hay tiempo para comprometerse, los actos de amor surgen como raptos azarosos. Y hay que aprovecharlos.